Las monjas.
Mi hermano y yo en los primeros años de cole. |
Mi primer recuerdo de las monjas es que eran muy misteriosas. Vestidas de negro con una toca en la cabeza justo por encima de las cejas y una especie de babero blanco y complemente tieso que le salía de la barbilla. De todo el cuerpo solo se podía ver un poco de la cara (ojos nariz y boca, media frente y media barbilla) y las manos. No tenían tetas, ni cintura, ni culo. Ni cuello. A mi lo que más me admiraba es que no tuvieran cuello. Parecían muñecas encajables rusas -matrioska- pintadas a la funerala.
La capilla del colegio entonces estaba en un largo pasillo y, aunque a mí me parecía grande, quizás no lo fuera tanto. Después hicieron una iglesia muchísimo más grande y con vidrieras de colores y todo. Desde que entrábamos por primera vez al cole nos llevaban todos los días un ratito a la capilla para ir “conociendo a Dios y hablar con Él”, pero en esos momentos mi prioridad era otra, era encontrarles el cuello a las hermanas. Así que pasaba por ser muy devota porque estaba mucho tiempo de rodillas. De rodillas una niña de 5 o 6 años es muy bajita, mucho más que estando sentada, y mirando hacia arriba podía ver, si la monja se acercaba lo suficiente, qué había debajo del babero. Soy muy perseverante, desde chica, así que con el tiempo desvelé uno de los grandes enigmas de la especie monja: Sí tenían cuello.
Luego les cambiaron el uniforme y les liberaron un poco la barbilla hasta la altura de la nuez.
Luego les cambiaron el uniforme y les liberaron un poco la barbilla hasta la altura de la nuez.
"Extasis de Santa Teresa", Bernini. Iglesia Santa María de la Victoria Roma. |
Pero había otro gran enigma, que se me planteó mucho más tarde. Ya tenía yo la friolera de 13 o 14 años, una edad en que a las niñas nuestras mamás nos han preparado recientemente para ser “mujercitas”. Tocaba recreo. Una compañera pidió quedarse en clase, se encontraba mal, le dolía mucho la barriga, debía ser una de sus primeras reglas y no le estaban sentando nada bien. “No, no, al recreo, no seas mema que eso nos pasa a todas”. ¿A todas? ¿Las monjas tenían la regla? pues sí, ¡las monjas tenían la regla! Me imaginé un gran armario en las habitaciones de clausura lleno de compresas. Mi segundo gran enigma quedó sorprendentemente resuelto: la especie monja era mujer.
Las monjas, nos contaban de vez en cuando cosas de la vida de la santa fundadora con mucha admiración y respeto. Por el impacto que me causaron así, a bote pronto, recuerdo tres:
Una: Joaquina de Vedruna, antes de ser monja había estado casada y había tenido nueve hijos. Por lo visto uno de los niños era bastante trasto. Entonces su madre le pidió a Dios: "Dios mío, si este hijo mío va a ser un mal hombre, ¡llévatelo!". Y Dios le hizo caso y el niño se murió con unos 8 años, más o menos como yo era entonces. Me pareció horrible que una madre hubiera pedido a Dios (en cualquier circunstancia) que se llevara a un hijo y me tuvo una temporada medio traumatizada.
Dos: Estaba un día la familia comiendo cuando Santa Joaquina se puso a llorar. Cuando le preguntaron qué le pasaba ella dijo que nada, pero en realidad había tenido la visión de que su marido moriría pronto, como así fue. A los pocos días, el marido se murió. Esas visiones no se deberían tener... Sin embargo, había un no se qué retintín en la exposición de la anécdota que hacía pensar que en el fondo ella se alegró porque así quedaba libre para meterse a monja y dedicarse a Dios. Sé que no me gustó.
Y tres: Por lo visto, uno de los hijos que no tenía mucha hambre y tiró a la basura una chuleta (creo recordar que esa era la pieza de comida). Nuestra santa, la recogió de la basura y se la comió. Eso era, por lo visto, un gesto de santidad. Cuando le conté a mi madre esta historia me dijo, que, por supuesto, la comida no se tira, que ella también la hubiera recogido y que además le hubiera dado un pescozón al hijo. Desde entonces, mi madre tiene un poco de halo, je.
Las monjas, nos contaban de vez en cuando cosas de la vida de la santa fundadora con mucha admiración y respeto. Por el impacto que me causaron así, a bote pronto, recuerdo tres:
Una: Joaquina de Vedruna, antes de ser monja había estado casada y había tenido nueve hijos. Por lo visto uno de los niños era bastante trasto. Entonces su madre le pidió a Dios: "Dios mío, si este hijo mío va a ser un mal hombre, ¡llévatelo!". Y Dios le hizo caso y el niño se murió con unos 8 años, más o menos como yo era entonces. Me pareció horrible que una madre hubiera pedido a Dios (en cualquier circunstancia) que se llevara a un hijo y me tuvo una temporada medio traumatizada.
Dos: Estaba un día la familia comiendo cuando Santa Joaquina se puso a llorar. Cuando le preguntaron qué le pasaba ella dijo que nada, pero en realidad había tenido la visión de que su marido moriría pronto, como así fue. A los pocos días, el marido se murió. Esas visiones no se deberían tener... Sin embargo, había un no se qué retintín en la exposición de la anécdota que hacía pensar que en el fondo ella se alegró porque así quedaba libre para meterse a monja y dedicarse a Dios. Sé que no me gustó.
Retrato de Santa Joaquina de Vedruna Francesc Morell i Cornet (1845 – 1916) |
Pero Joaquina de Vedruna, en contra de mi primera e infantil opinión de mujer y esposa un poco desnaturalizada, fue una gran mujer y una gran monja. Perteneciendo a una familia noble, supo renunciar a sus privilegios y a su estatus con humildad, conoció la vida mundana y familiar, lo que la hacía más cercana, comprensiva y generosa con los demás, y enfocó su labor religiosa al cuidado de los enfermos, la asistencia a los marginados y la educación de los niños, además de su ferviente dedicación a la oración.
Con el tiempo he aprendido que hay monjas que son grandes y admirables mujeres, Teresa de Calcuta sin ir más lejos, e incluso, como Teresa de Jesús, feministas.
Genial Marta!!! Cuánto disfruto leyendo tus relatos. Ánimo!, has comenzado el contenido de un libro.
ResponderEliminarPor cierto, otra curiosidad sobre Santa Teresa, murió el 4-10-1582 y fue enterrada al día siguiente, el 15-10-1582. No tardaron 11 días en enterrarla, como a veces hemos leído, sino que esos 10 días intermedios no existieron nunca.
Buenísimo Marta, yo nunca llegué a verlas tan bien como tú, me castigaban por ser zocata y me tocó encerrarme un poco en mí misma. Recuerdo que el primer día de cole me resistí a entrar y de un tirón le arranqué la cofia a una de ellas. No sabía si la cara de asombro del resto de las niñas era por la batalla campal que presenciaron o fue por descubrir que tenían pelo. Pasado un tiempo, eso sí, también encontré alguna con muy buen corazón.
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