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Bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

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Nubes de hongo producidas por las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Las guerras, todas las guerras son espantosas. Dejan una destrucción del patrimonio irrecuperable y miles y miles de muertos. Muertos: Chicos jóvenes de cualquier bando que son enviados a matar o morir sin posibilidad de rebelarse, convirtiéndose a veces en máquinas terribles, monstruos sin sentimientos, despojados de toda humanidad. Población civil que no saben dónde esconderse, cómo defenderse, que son sometidas a las mayores crueldades que nos podamos imaginar y que mueren y ven morir a sus hijos, padres, hermanos, familia, amigos… Y todo orquestado y bajo la batuta de los poderosos que, calentitos, cómodos y trajeados en sus despachos, dan órdenes y asisten con frialdad a esas masacres que les van a garantizar su poder, su soberanía, su riqueza y su endiosamiento sobre el resto de los mortales. Pero hoy no voy a hablar de las guerras, ni siquiera de la Segunda Guerra Mundial, sino de dos bombas: Las bomb