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Mostrando entradas de abril, 2019

Jornada de reflexión: Whisky con nieve.

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Estábamos   Adolfo, Manolo y yo viendo qué hacíamos el sábado, jornada de reflexión de las elecciones generales del día siguiente, 28 de abril, cuando se nos ocurrió retomar el whisky con nieve, que lo teníamos abandonado desde hacía tres o cuatro años.   El whisky con nieve es una tradición que llevábamos años cumpliendo casi religiosamente. El origen: una excursión dominguera por una zona donde quedaba aún nieve nos pilló con una botella de whisky en el coche y decidimos brindar por el buen día que hacía. Como no teníamos vasos, nos metimos un puñado de nieve en la boca, luego un chorreón de whisky y listo. Con el tiempo se fue sofisticando la cosa y llevábamos vasitos, frutos secos, chocolatinas y anís. Este 27 de abril, hacía un día fantástico y decidimos ir de senderismo a Los Lavaderos de la Reina, una zona preciosa de Sierra Nevada, justo debajo del Picón de Jérez. Se apuntaron también nuestros amigos José e Isa. Esta vez completamos las mochilas con agua y bocadillos. No

El bebé

No me acuerdo cuando nació mi hermana Pitu. No estaba y de pronto, ya estaba. Y eso que que solo me faltaban unos días para cumplir los 6 años. Mi hermano Marco y yo nos llevamos 21 meses, así que él sí ha estado ahí siempre. Era mi hermano, mi amigo y mi compañero de juegos. No recuerdo haber tenido nunca celos de él ni nada por el estilo. Y con Pitu, pues tampoco. No era competencia para nada… El caso es que, aunque se plantó así como por generación espontánea y que yo era lo suficientemente mayor como para tener más recuerdos, no los tengo. Y eso que entonces se paría en las casas y yo estaba por allí. Sin embargo, alguna impresión me debió causar porque mi primer cuento dos años después, producto íntegramente de mi imaginación (el primero fue Bartolo , al dictado del gramófono , seguramente unos días antes), se trataba de este acontecimiento. Al menos queda bien retratado quiénes componíamos la familia entonces y que Pitu nació en verano. Pitu, va por tí:

Un cubata en Estambul

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Estambul es de esas ciudades que siempre sorprenden, que tienen algo mágico para los europeos occidentales y en las que siempre surge una anécdota que se recuerda una y otra vez y siempre resulta igual de divertida (por ejemplo, Baño turco  de este blog). En esta ocasión, agosto de 2011, íbamos doce, seis adultos y seis chicos, por lo que a la hora de moverse, desplazarse o buscar sitios para cenar era, a veces, un poco trabajoso. Estábamos en un hotel muy cuco. Las habitaciones no eran muy grandes, de hecho, la cama de nuestra habitación, pegada por completo a una pared, ocupaba prácticamente toda la estancia y había que tener una estrategia diseñada para levantarse por la noche al cuarto de baño reptando hacia atrás y no empotrándose en la pared del fondo. La otra opción, mucho peor, era saltar por encima del Manolo durmiente a riesgo de despertarlo, aterrizar bruscamente sobre los zapatos o abrirse la crisma contra la mini-mesilla. Pero este hotel tenía algo estupendo: La

Nuestro amigo Simarro

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Manolo, Adolfo y yo nos conocimos en el trabajo. Coincidimos en la misma oficina y nos hicimos amigos. Los viernes salíamos con otros compañeros a tomar unas cervezas después del trabajo, pero al final quedábamos los tres, a veces con algún que otro “valiente”. En el 2006, comentando que haríamos en vacaciones, cubata en mano, planeamos irnos juntos a hacer un viaje por Europa. ¡Quince días recorriendo Europa en coche! Pensamos que sería conveniente que viniera alguien más para compartir habitación con Adolfo y gastos comunes. Barajamos varias opciones pero casi todas tenían algún “pero”. — ¿Por qué no se lo decimos a Simarro, que vive aquí al lado? Manolo Simarro, Simarro para los amigos, había estado con nosotros en la oficina y se había prejubilado hacía poco tiempo. También estaba casi recién divorciado, por lo que vivía solo y seguramente no tendría otros compromisos. Era un hombre corpulento, aunque no demasiado alto, noblote, amable, que miraba de frente y no tenía do

Mi primer cuento: Bartolo

Había en La Viña, la casa en mitad del campo manchego que empezó a construir mi bisabuelo allá por los años veinte del siglo pasado, un gramófono antiguo, con su gran bocina amplificadora, su pesada aguja y su manivela para darle cuerda, donde mi padre ponía discos de algún material anterior al vinilo y que él escuchaba cuando era chico. Ahora, ese preciado instrumento, limpio y restaurado por mi hermano, destaca en un lugar de honor de su casa. Siempre le estaremos eternamente agradecidos por haber rescatado del polvo, la carcoma y el olvido muchas de esas cosas que fueron, sin que entonces nos diéramos cuenta, elementos entrañables de nuestra infancia. Pues bien, uno de esos discos era el de Bartolo, un cuento con partes musicales, que llegué a aprenderme de memoria. Me gustaba. Quizá ya vislumbraba que la humildad de corazón tiene un punto de satisfacción personal. Cuando tenía la friolera de 8 años, decidí escribir mi primer cuento: Una versión ilustrada de Bartolo. Como pue