Nuestro amigo Simarro
Manolo, Adolfo y yo nos conocimos en el trabajo. Coincidimos en la misma oficina y nos hicimos amigos. Los viernes salíamos con otros compañeros a tomar unas cervezas después del trabajo, pero al final quedábamos los tres, a veces con algún que otro “valiente”.
En el 2006, comentando que haríamos en vacaciones, cubata en mano, planeamos irnos juntos a hacer un viaje por Europa. ¡Quince días recorriendo Europa en coche! Pensamos que sería conveniente que viniera alguien más para compartir habitación con Adolfo y gastos comunes. Barajamos varias opciones pero casi todas tenían algún “pero”.
— ¿Por qué no se lo decimos a Simarro, que vive aquí al lado?
Manolo Simarro, Simarro para los amigos, había estado con nosotros en la oficina y se había prejubilado hacía poco tiempo. También estaba casi recién divorciado, por lo que vivía solo y seguramente no tendría otros compromisos. Era un hombre corpulento, aunque no demasiado alto, noblote, amable, que miraba de frente y no tenía doblez. Buena persona. Y no había viajado nada o casi nada en toda su vida.
Dijo que sí a la primera y desde ese momento empezamos a planificar el viaje y el recorrido. Manolo nos diseñó un viaje fantástico. Además preparó un CD con las canciones de los sitios a los que íbamos. Poníamos el volumen bien fuerte, bajábamos las ventanillas y hacíamos una entrada triunfal en las distintas ciudades. Así, por ejemplo, entramos en París con la Marsellesa, a Venecia con Venecia sin tí de Aznavour, a Aviñón con Sur le pont d´Avignon y cruzamos la frontera por Irún al son del Himno Nacional.
Simarro no había viajado mucho, y descubrió y descubrimos que era un pozo de aprender y disfrutar. Aún en las tertulias, sonreímos al recordar la cara que puso al ver por primera vez la Torre Eiffel. Estaba abducido como un niño. O cuando en los museos le daba a todos los números de las audio-guías. Recuerdo en la casa-museo de Mozart en Viena: Explicación, marque 4; si quiere saber más sobre el violín, marque 41; si quiere saber más sobre el arco del violín, marque 413; si quiere saber más sobre las cuerdas de crines, marque el 4137; si quiere saber más sobre el caballo… No había forma de sacarlo de allí. Siempre le quedaba algo por escuchar. Todo le gustaba, todo tenía algo bueno, de todo quería llevarse una experiencia, aprender algo. En cualquier museo, iglesia, campo, monumento o parque…Incluso cuando Manolo le dejó conducir el coche por el Véneto era como si se hubiera puesto en los mandos de una nave espacial al estilo Enterprise.
Le gustaba comer y beber a discreción. No le hacía ascos a nada. En un viaje, la cuestión culinaria puede ser muy variopinta: lo mismo se cena en un sitio magnífico, con una cocina de tres estrellas y que vale un riñón como que se come uno un bocadillo de gasolinera sentado en un bordillo. Es muy importante entre compañeros de viaje que uno sepa adaptarse a las circunstancias y no suponga un esfuerzo extra de convivencia. En el tema de las comidas, eso se nota mucho y puede dar lugar a tensiones y malos rollos. Simarro demostró ser un gran compañero en todos los aspectos.
También era muy tímido. Le costó un montón hacerse la foto con la mano en la teta de Julieta en Verona, fue incapaz de tocar los cataplines de Rodolfo II en La Hofkirche de Innsbruck, y eso que ya estaban bastante brillantes de tanto pulimento de manos, y se hizo de rogar para posar en las tumbas de los grandes músicos del cementerio de Viena porque le daba un cierto yuyu.
A veces teníamos que ajustar el paso a su velocidad. Se cansaba un poco… Abría y cerraba los puños, como cuando se dona sangre, porque se le hinchaban las manos. Y no pudo acompañarnos a algún sitio, como la Cueva de Hielo de Austria, por el sobresfuerzo que suponía. Tenía un problema de circulación. ¡Y cómo sudaba! Pegarse a él para hacerse una foto, era salir duchado.
Fue un viaje genial, lleno de anécdotas, como La Carte Bleue de este blog, que aún seguimos recordando con mucho cariño.
A partir de ese viaje, los cuatro nos volvimos inseparables. Hacíamos excursiones o pequeños viajes los fines de semana, investigábamos nuevo sitios para comer o tomar una copa, hicimos otro gran viaje por Estambul e Italia el verano siguiente e, incluso, avanzamos que el siguiente sería un crucero.
Debía ser a mediados del verano del 2007 cuando Simarro le confesó Adolfo: “A mis 56 años me lo estoy pasando mejor que nunca”.
En octubre de 2007 se casaba uno de sus hijos. Estaba muy contento. Se había comprado un traje y unos zapatos de más de 100 euros, lo que para él debía ser un lujo sin precedentes, y se lo decía a todo el mundo. No llegó a estrenarlos.
Nos dejó el 22 de septiembre. Le falló el corazón.
Simarro, una persona sencilla y con una vida normal, nos dio una lección de juventud: La juventud no se pierde cuando tenemos más años, más experiencias y más conocimientos. La juventud se pierde cuando decimos que estamos de vuelta de casi todo, cuando perdemos la ilusión por aprender y por descubrir las infinitas cosas que tenemos delante, cuando dejamos de hacer nuestra la famosa máxima de Sócrates: “Yo solo sé que no sé nada”. Y Simarro, a sus 56 años, murió muy joven, con un horizonte inmenso para descubrir y una ilusión muy viva para hacerlo.
Manolo, Adolfo y yo siempre le guardaremos un cariño especial y muy entrañable y le estaremos eternamente agradecidos por habernos hecho saber que hemos sido una parte muy importante en la etapa más feliz de su vida.
Muy entrañable, querida Marta!Doy fe que así fué y siempre le recordaremos con mucho cariño. Allá donde esté seguro que continuará viajando y descubriendo el Infinito!
ResponderEliminarYo también le quería mucho. Era una de esas personas que te dejan estar cerca y tienes paz Dispuesto a reír a disfrutar de la vida. Sencillo. Teníais una amistad preciosa Marta
ResponderEliminarSoy Pitu
EliminarQ bonito relato ...no os conozco y tuve la mala suerte de no llegar a conocerle, pero leo el relato y veo mucho de él en sus hijos,.muchas gracias por estas palabras que me han hecho conocerle de otro modo diferente.
ResponderEliminarPrecioso relato basado en una gran amistad,yo no tuve el placer de conocerlo pero es igual que su hijo carlos que para mi es un hijo,ojala estuviera con nosotros éste 16 de agosto se sentiria muy orgulloso de poder llevar a su hijo al altar asi en su nombre lo llevaré yo muy orgullosa alli donde estes Manolo simarro descansa y vela por tus hijos
ResponderEliminarDesde luego hoy me he limpiado bien los ojos, un precioso relato de homenaje a nuestro amigo Manolo.
ResponderEliminarMe resulta especialmente satisfactorio que le haya gustado a la familia de Manolo Simarro. Seguro que él estará presente este agosto en la boda de su hijo porque estará en los corazones de toda su familia y todos sus amigos.
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ResponderEliminarHola Marta, soy Isabel, la "ex" de Simarro como le llamabais todos. Muchas gracias por plasmar de manera tan fien, la nobleza y el buen hacer que le caracterizaba. Siempre estará en un destacado puesto en los corazones de quienes tuvimos el placer de convivir con el. Un abrazo
ResponderEliminarUn abrazo para todos vosotros también.
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