Jornada de reflexión: Whisky con nieve.


Estábamos  Adolfo, Manolo y yo viendo qué hacíamos el sábado, jornada de reflexión de las elecciones generales del día siguiente, 28 de abril, cuando se nos ocurrió retomar el whisky con nieve, que lo teníamos abandonado desde hacía tres o cuatro años. 
El whisky con nieve es una tradición que llevábamos años cumpliendo casi religiosamente. El origen: una excursión dominguera por una zona donde quedaba aún nieve nos pilló con una botella de whisky en el coche y decidimos brindar por el buen día que hacía. Como no teníamos vasos, nos metimos un puñado de nieve en la boca, luego un chorreón de whisky y listo. Con el tiempo se fue sofisticando la cosa y llevábamos vasitos, frutos secos, chocolatinas y anís.
Este 27 de abril, hacía un día fantástico y decidimos ir de senderismo a Los Lavaderos de la Reina, una zona preciosa de Sierra Nevada, justo debajo del Picón de Jérez. Se apuntaron también nuestros amigos José e Isa. Esta vez completamos las mochilas con agua y bocadillos. Nos pusimos nuestras botas de trekking de goretex, echamos un chaquetón por si hacía frío y para arriba. Yo llevaba pantalones vaqueros.
 Las vistas desde donde se dejan los coches (hasta donde se llega por un camino horrible de malo) y el refugio de Peña Partida (El Molinillo) son espectaculares. Parece que los picos de la Alcazaba, el Mulhacén y el Veleta se pueden tocar con la mano. Creo que debe haber muy pocos parajes en el mundo que ganen en belleza, grandiosidad y paz.


No suele haber muchos excursionistas por allí, pero al mismo tiempo que nosotros llegaron un grupo de cinco senderistas, Grupo Senderista Correcaminos de Orihuela, según ponía el logo de sus camisetas, que pensaba pasar la noche en el refugio, así que no estaríamos solos en la montaña, aunque empezamos los recorridos por caminos distintos.
Andar por la montaña a veces es duro. Cuestas, piedras, terreno abrupto… Isa no está muy acostumbrada a andar y empezó pronto a decir que con 8 o 10 kilómetros era suficiente. Y Adolfo, que como él dice, pesa 100 kg, también iba algo más lento. Los demás, estábamos tan absortos con el entorno que nos andaban las piernas solas, no obstante hicimos una parada para descansar y comernos el bocata en el punto geodésico del Pico Papeles antes de llegar al refugio. Ahí nos adelantaron los de Orihuela. Hacía calor. Yo me quedé en manga corta.
Cuando llegamos al refugio, a unos 5 km de los coches, eran ellos los que estaban comiendo. Charlamos un ratito y continuamos para los Lavaderos. Isa ya protestaba de corrido: que habíamos dicho que 10 km; que si habíamos hecho 5 y con la vuelta ya serían 10; que si no daba un paso más; que si estaba cansada; que ella no estaba entrenada a andar últimamente… Por más que José, pseudobudista él, intentaba distraerla, concentrarla, animarla o lo que fuera que intentase, no tuvo mucho éxito. Total, que íbamos tan despacio que nos volvieron a adelantar los Correcaminos. Al cabo de un rato, nos cruzamos con uno de ese grupo. Se volvía al refugio. Tenía una lesión antigua de espalda y cuando empezaba a notar síntomas de una recaída, como era el caso, tenía que abandonar. Isa dijo que se iba con él y que nos esperaría allí.
Parecía que ahora podríamos aligerar, pero no. Adolfo tomó el relevo a Isa de ir despacio, de decir que estaba cansado, de sacar a relucir sus 100 kg… Y, además, ¡llegamos a la nieve! Un maravilloso sitio que pronto se hizo blanco entero. Nieve, mucha nieve. Solo nieve. Nieve hasta los tobillos, hasta las rodillas, hasta las ingles. Mis vaqueros empezaron a succionar agua como una esponja. ¡Menos mal que las botas son de goretex! Subimos y bajamos lomas de nieve. Nieve blanda, suave, luminosa. El día estaba precioso. Soleado. La nieve brillaba como un espejo y hacía daño a la vista sin las gafas de sol. Por fin llegamos a los Lavaderos de La Reina a los pies del Picón de Jérez. ¡Pero qué bonito, por Dios!
El agua del deshielo formaba un río de agua cristalina, helada, que cantaba en el silencio de la montaña. Las pocas cuevas de piedra que no estaban enterradas en nieve tenían estalactitas de hielo. El blanco nuclear que nos rodeaba era sobrecogedor. Allí estaban los de Orihuela y allí decimos que era el sitio idóneo para el whisky con nieve. Invitamos a los Correcaminos a compartir nuestro alcohol y nos echamos unas risas todos juntos. ¡Que chuli!
 Son las 6:30, hora de retirada. Nosotros pensamos regresar al refugio para recoger a Isa  desandando el camino, pero alguien del otro grupo que decía conocer bien aquellos parajes, propuso ir río abajo y luego subir un poco hasta el refugio. Lo malo es que era por la parte norte de la montaña. Bueno, ellos conocían las zona y eran montañeros experimentados, así que decidimos ir con ellos. 
Nos hicimos unas fotos en el río. Adolfo estaba tan entusiasmado con el sitio que al quitarse efusivamente la gorra para un posado no se dio cuenta que las gafas estaban encima y ¡gafas a tomar viento! Estuvimos buscándolas un rato. No solo eran gafas de sol, sino que están bastante graduadas. Por fin las encontramos en el fondo de una poza y pude sacarlas del agua helada estirando el brazo hasta la axila. Primera prueba superada, pero nos habíamos retrasado un poco.


La nieve, profunda y blanda, hacía que cada paso fuera penosísimo. Se tragaba nuestros  pies una y otra vez. Después, también las rodillas. Mis vaqueros chorreaban, las botas se llenaba de nieve y el goretex había dejado de hacer su función. Las piernas se nos empezaban a congelar. Los de Orihuela, iban más rápido y pronto dejamos de verlos. José los siguió para que le indicaran por dónde teníamos que seguir. Adolfo bajaba muy despacio y se quedó atrás. Manolo y yo intentábamos mantener el contacto visual con José por delante y con Adolfo por detrás. Éramos los únicos puntos negros en un desierto blanco, con grandes piedras bajo su superficie. A veces un agujero se nos tragaba la pierna entera, hasta el ombligo. Los pies ya nadaban en agua helada. El sol se había ido. Empezaba a refrescar. 
Me vuelvo. Adolfo no está.
— ¡Adolfo, Adolfo! —grito— ¿Estás bien?
— ¡Me he quedado atrapado! ¡Socorro! ¡Mi pie! ¡No puedo salir!
Se notaba algo de desesperación en su voz. 
— ¿Dónde estás?
Detrás de un pico de roca que parecía el negativo de la foto de un iceberg, apareció el mango de un bastón.
— ¡Aquí!
Con mucho trabajo Manolo y yo iniciamos el ascenso hasta donde estaba. Si malo es bajar, subir es mucho peor. Tardamos un ratito. Adolfo estaba un poco atacado. Bastante atascado. Estaba hundido hasta casi la cintura y un pie atrapado entre una roca y la nieve a un metro de profundidad. Empezamos a escarbar con un bastón. Nada. Pedí un guante de Adolfo. Los míos eran de lanilla y Manolo no tenía. Me puse a escarbar por detrás de su pierna para ir sacando nieve. Manolo picaba y yo vaciaba. Había que despejar el talón para que pudiera echar el pie para atrás. No me sentía las manos. La ropa que tenía no era impermeable. Los pantalones ya no admitían más agua. Por fin el pie pudo moverse y, con bastante esfuerzo, pudimos sacarlo de ahí. Los tres exhaustos y congelados. Adolfo, que había tenido una importante descarga de adrenalina, más.
Empezamos a bajar despacio aprovechando las pisadas anteriores. Despacio… Adolfo daba síntomas de estar muy agotado. Ahora me quedo yo atascada, pero podemos liberar el pie en 7 u 8 minutos. A lo lejos distinguimos el punto de José. Nos espera. Cuando llegamos a él eran poco más de las 8 y media. Nos cambiamos de calcetines. Una tontería. Nada más meter los pies en la botas, ya estaban nadando. Empezaba a oscurecer peligrosamente. Empezaría a helar enseguida. Estábamos en mitad de la nada. 
Seguimos las pisadas de los de Orihuela. Manolo y José iban más ligeros. Adolfo y yo los perdimos. Tardamos un rato en dar con ellos. A lo lejos vimos cómo Manolo bajaba y cómo José se internaba solo en la siguiente loma de nieve. 
— ¿Pero cómo se va él solo? ¡Es una locura!
— Adolfo no puede subir por aquí al refugio. Es muy duro. José va por Isa y luego se irán al coche. Ha querido. Por esa parte no hay nieve.
Gracias a Dios a José le dio miedo quedarse solo, de noche y ganó la prudencia. Cuando estaba a unos 200 metros se dio la vuelta y se vino con nosotros. También a él se le encajó la pierna y hubo que rescatársela. 
Estaba claro que no podíamos ir al refugio en esas condiciones. Intentamos localizar a Isa por teléfono y whatsapp y, aunque nosotros sí teníamos línea, en el refugio no había cobertura. No podíamos contactar con ella. Pensamos que estaba bien acompañada, con gente maja, que estaría allí segura y protegida y que lo más sensato era ir hacia el coche. Manolo buscó un camino, una ruta desde allí, por internet. Vimos unas pisadas, de una sola persona, que podríamos seguir.
Iniciamos un largo y penoso camino. La noche se cerró y quedó oscura como la boca del lobo. La luna, que estaría en cuarto creciente, no había salido aún y las estrellas, más estrellas y más brillantes que nunca, cuajaban el cielo. No podíamos parar a contemplarlas. Empezó a helar. Manolo no llevaba más que una sudadera (forrada de borreguillo, eso sí) y todos estábamos calados hasta los huesos. Las botas estaban llenas de agua. Adolfo tenía necesidad de parar a descansar, pero no podíamos. José le cogió la mochila y el resto de la travesía llevó las dos, como un Jabato.
— ¿Te quieres morir aquí? —le decía Manolo.
— ¡Venga, que ya queda poco! —Intentaba animar José.
Manolo sacó el móvil para alumbrar. Teníamos que dosificar la luz. No podíamos quedarnos sin luz.
Empezamos a atravesar neveros, uno detrás de otro, que quizás tuvieran una profundidad de dos o tres metros. La nieve nos llegaba a los muslos en el mejor de los casos. Rezábamos para que no se nos quedase atascado un pie. A veces, la pendiente de la montaña podía ser de 45 grados o más. A pocos metros de la luz de la linterna, un infinito negro nos indicaba el precipicio hacia el barranco.
El frío empezaba a hacer mella. Le di a Manolo uno de mis guantes para la mano del móvil, que se le estaba congelando literalmente y yo saqué también mi móvil para alumbrarnos. El terreno era muy peligroso. Estaba helando y la nieve se estaba convirtiendo en hielo. Ya solo nos hundíamos hasta la rodilla. Casi peor. Un mal paso, un resbalón y despeñarse estaba hecho. Solo podíamos mirar los agujeros donde teníamos que poner los pies para no entrar en pánico. Nos obligamos a ello. Íbamos muy despacio, asegurando cada paso. Todos agotados, pero Adolfo no podía más. ¡Y tenía que poder!
Vimos una luz en lo alto, como a un kilómetro. Creímos oír una voz, pero no distinguimos nada de lo que pudiera decir. Alguno de los Correcaminos nos había ido a buscar. Era absolutamente imposible llegar allí. Correspondimos a las señales luminosas agitando el móvil y gritamos que estábamos bien y que Isa se quedaba con ellos. Lo gritamos mucho y muy fuerte con la esperanza de que la acústica fuera mejor en esa dirección. La luz nos siguió un poco y luego desapareció. 
Estábamos congelados y exhaustos pero tirábamos para adelante con la adrenalina que te da el saber que si no lo haces, te mueres o te mueres. Atravesamos un nevero tras otro, resbaladizos e inclinados hacia el abismo en una absoluta oscuridad, solo rota por la luz de móviles. 
José grito:
— ¡Aquí hay tierra! ¡Venga, que ya queda poco!
Adolfo aprovechó el metro cuadrado de tierra firme, pero completamente encharcada para beber. Estaba deshidratado. A partir de ahí alternamos un poco de tierra firme y los 20 centímetros de margen del río sin hielo ni nieve con con los grandes neveros que habían engullido a los dos. Sabíamos que íbamos por buen camino, aunque ese camino estuviera a dos metros bajo la nieve, ahora casi helada. Fue precisamente en una intersección de tierra y hielo donde Manolo se pegó un batacazo que lo dejó inmóvil en el suelo durante un rato. Rezando de nuevo para que no se hubiera roto nada. Nuevamente la adrenalina hizo que pudiera levantarse, todo dolorido, para poder continuar la marcha. No sentíamos el cuerpo de lo entumecido que estaba a esas horas, pero ver que cada vez las zonas de tierra eran más frecuentes nos animó bastante.
Debían ser las 12 cuando la nieve y el hielo dejaron de ser un peligro mortal y pudimos incorporarnos a lo que se suponía que era el camino. ¡Estabamos salvados! Ahora solo quedaba llegar al coche.
Y efectivamente, llegamos al coche alrededor de la 1 de la madrugada después de haber andado más de 25 km en condiciones extremas. Nunca habíamos sentido tanta felicidad por llegar al coche. Pusimos la calefacción a tope, nos descalzamos y nos secamos un poco los pies con un pañuelo de cuello que llevaba yo. Nos repartimos unas zapatillas y unos calcetines que había en el maletero y una camiseta  que llevaba yo puesta, para taparnos los pies y dimos buena cuenta del whisky, el anís, la manzanilla caliente y un par de chocolatinas que nos habían sobrado y que ahora nos empezaban a resucitar. El estrés, el miedo y el frío dieron paso a la risa nerviosa y al buen humor.
Llegamos a casa a las tres. Como suponíamos, los compañeros del Grupo Senderista Correcaminos de Orihuela se portaron muy bien con Isa. Le dieron ánimo, compañía, apoyo y compartieron sacos, camastro y comida con ella. Al día siguiente la dejaron en el pueblo, donde fuimos a buscarla. Desde aquí, nuestro agradecimiento y nuestro afecto a Manolo, Santos, Victor, Mari y Josefina.
Desde mi piso se ve El Picón de Jérez. Cuando lo miro por la noche y pienso que estuvimos allí arriba, andando y hundiéndonos a oscuras por las laderas inclinadas, blancas y heladas a varios grados bajo cero y sin ningún tipo de equipación apropiada, se me abren las carnes.
Reflexión: Si nos hubieran preguntado a quién votaríamos al día siguiente, nuestra respuesta hubiera sido, sin ninguna duda, que a Vox, a Podemos o al mismísimo diablo si nos sacaba de allí.



Comentarios

  1. Muy bien contado y fiel a los acontecimientos. Una experiencia que no olvidaremos.

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  2. El relato está genial pero me dejas como si no supiera andar y fuera un lastre cuando tengo tanta experiencia como ustedes y mas de una vez me los dejé atrás porque me gusta ir sola y en silencio. En esta ocasión avisé que estaba desentrenada y que no quería una excursión de mas de 12 o 14 km ni que fuera muy dura. Se suponía que era una salida lúdica, como fueron otras veces los whiskies con nieve.
    Cuando decidí volver al refugio fue por prudencia y porque ya habíamos alcanzado la distancia acordada. Llevábamos casi 2 km andando en la nieve, hundiéndonos hasta casi la rodilla y todo lo que viniera luego solo podía ser más y mas nieve. Ninguno iba vestido ni equipado para la ocasión. Cuando la nieve les llegó mas arriba de la rodilla lo sensato era dar media vuelta por bonito que fuera lo que quedaba por ver. A mi me pasa que prefiero los riesgos justos y aceptar mis limitaciones. Disfrutar del paisaje en el refugio era mucho mas seguro e igualmente sobrecogedor. No encuentro ningún placer en caminar mirando el suelo todo el tiempo y en adaptar mis pasos a las pisadas de otros.
    Estuve muchas horas mirando la montaña esperando que aparecieran, sabiendo que son así, un poco locos como para adentrarse en la nieve sin siquiera la ropa adecuada, y llegaban todos menos ustedes. Cuando tuve noticias tampoco pude quedarme tranquila: eran las 22:30 hs, aun les quedaban como mínimo un par de horas para llegar al coche y al parecer alguno iba lesionado. La verdad es que prefiero mi prudencia, por aguafiestas que les pueda parecer cuando solo quieren ver mas y mas y hay sol y todo parece tan fåcil y bonito. La alta montaña no es una excursión cualquiera. Están vivos de milagro.
    Gracias de todo corazón a Santos, Mari, Manolo, Josefina y Víctor, que me acogieron en el refugio y me brindaron comida, abrigo y contención, además de salir a buscarlos para intentar guiarlos al refugio en medio de la noche. Estuve afligida e intranquila toda la noche.
    Fue un alivio verlos nuevamente al día siguiente, con las caras achicharradas pero sanos y salvos.

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  3. Tu padre siempre nos decía "no hagáis imprudencias" pues eso. Hay un tlf para casos de este tipo...

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  4. de todas formas os habriais ahorrado esto sí hubierais venido a los lilos.
    En todo caso una excelente narración.

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  5. Demasiado fiel a lo ocurrido.
    Pareciérame estar leyendo la pågina de sucesos de El Ideal. Mis preferencias van más bien por el extinto El Caso.
    De todos modos, ya puestos en faena, podríase haber aprovechado esta experiencia en la que tanto eafuerzo y sufrimiento hemos inveinvertido a la vez que alegría y gozo ya pasado el trago nos ha regalado, para adornarla un poco (a lo gore, por ejemplo). Claro que, siempre podemos volverla a repetir para volverla a reescribir. Bueno, quizá solo reescribir.

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    1. Buena recomendación!!! Yo totalmente dispuesto a repetirla, incluso en las mismas condiciones.

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  6. La verdad es q aveces te engullen situaciones inesperadas... en la q eres muy consciente del peligro q hay a cada paso.... pero quizá son los mejores y mas intensos recuerdos de la vida. Un besazo cariño

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  7. Es lo que pasó. Estábamos en perfecta forma. Confiamos en un grupo de experimentados montañeros para la ruta de regreso pero tuvimos problemas y no pudimos seguirles. Fue cuando se complicó todo porque se hizo de noche Ellos sí llegaron bien y en hora al refugio.
    Y bueno, Isa... Como dice tu compatriota Mafalda, "lo que pasa es que somos pocos y nos conocemos mucho", así que no voy a comentar más...

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  8. Isa... tienes razón... pero la vida a veces de forma inesperada se convierte en aventura... es tu decisión subirte a ella, o quedarte en lo cotidiano. Un besazo tesoro

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. Hay gente que vive y otros que miran, yo siempre prefiero ser de los que viven.
    Fue una fantástica aventura.
    Quitando los pantalones de Marta (que además iban rotos 😜), el resto de equipación era correcta. Y peligro, peligro, ... El justo para sentir
    la adrenalina fluir.
    Y sí, Isa, estoy de acuerdo en que debes de ponerte en forma...

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  11. Lo que en un principio fue una ruta montañera fantástica, con unas panorámicas únicas y el aliciente de un día espléndido con excelente temperatura, más tarde se convirtió en una odisea con tintes de pesadilla, miedo, sufrimiento y agotamiento! La suerte se inclinó por un final feliz y yo particularmente, he aprendido la lección. Moraleja: por muy experto que sea el que te aconseja algo, es mucho más seguro hacerle caso a la intuición personal y al buen juicio.

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  12. Fitoimperator. Absolutamente de acuerdo. No se si Fitoimperator es Fito pero al que lo haya escrito mi enhorabuena.

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  13. he querido entender hacerle caso al profesional experimentado

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