EL CISMA DE AVIÑÓN Y LOS TRES PAPAS


Los tres papas del cisma de Aviñón: Gregorio XXII, Juan XXIII y Benedicto XIII
Los tres papas.

Hubo un tiempo en que la Iglesia Católica tuvo tres papas. No uno ni dos, sino tres. Y los tres se consideraban con legitimidad suficiente como para ser el único papa. Un tiempo en que la Iglesia era un caos, inmersa en los excesos y el afán de poder político, económico y terrenal (en todos los sentidos).

Antecedentes: Francia versus papas. 

Desde el siglo XII, las luchas entre güelfos, partidarios del poder universal del papa, y los gibelinos, los del emperador, eran continuas, con guerras incluidas. A veces las cosas iban a favor de los unos y otras, a favor de los otros. Eso suponía que cuando los gibelinos dominaban el Roma, el papa tenía que salir de allí por pies, y por tanto tener sedes papales en varios sitios. El papa Bonifacio VIII (1294-1303) defendía su poder absoluto y soberano sobre toda la cristiandad: «Dios nos ha situado sobre los reyes y los reinos» decía, lo que materializó entre otras cosas, en favorecer a su familia en Roma, arrogarse el único con derecho a recaudar impuestos y anulando los privilegios que los papas anteriores habían concedido al rey de Francia. Era soberbio, avaro, antipático, despótico, y practicaba el nepotismo con bastante soltura. Esto, obviamente, supuso el enfado del susodicho rey de Francia, entonces Felipe IV El Hermoso, y empezó una fuerte batalla entre ellos para hacerse con el poder, con partidarios de unos, de otros, acusaciones de herejía o asesinato, concilios, bulas, etc. Felipe IV decidió que había que procesar al papa y el papa que había que excomulgar al rey de Francia. Esto debía hacerse en Anagni, ciudad cercana a Roma, el 8 de septiembre de 1303. Sin embargo ya estaban allí el noble francés Guillermo de Nogaret con un grupo de mercenarios franceses que, junto a los enemigos locales de Bonifacio VIII, asaltaron el palacio papal y lo apresaron. Tres días estuvo el hombre retenido, hasta que sus defensores obligaron a que lo liberaran y lo dejaran huir. Lo debió pasar muy mal en su cautiverio. Parece que perdió la cabeza, se negaba a comer y se daba cabezazos contra la pared. Al mes siguiente, murió. Con esta derrota, el poder universal de la Iglesia quedaba en manos del rey de Francia. 

Su sucesor, Benedicto XI (1303-1304), quiso ser más conciliador e inició la anulación de la excomunión de Felipe IV, pero no así la de quienes habían humillado a su predecesor. Fue acosado tanto por los que no perdonaban que hubiese levantado la excomunión al rey como los que no perdonaban que mantuviera las represalias a los agresores. Tuvo que huir de Roma. Murió a los ocho meses de Papado. Pudo ser por un envenenamiento por orden del rey o de Guillermo de Nogaret, o por una indigestión de higos.

Palacio papal de Aviñón.
Palacio Papal de Aviñón.
Foto del fantástico viaje que hicimos en 2006.

El Papado de Aviñón. 

Tras casi un año de cónclave, fue elegido papa un francés: Clemente V (1305-1314). Este papa se plegó a los deseos de Felipe IV y más o menos le fue bien con él. A él le debemos dos cosas: La desaparición de la Orden del Temple y el traslado del Papado a Aviñón, entonces perteneciente al Reino de Nápoles. Por no se sabe qué motivos (por sus riquezas, fidelidad al papa, no pagar los impuestos o vaya usted a saber), Felipe IV tenía mucha manía a los templarios, así que los acusó de herejía, los apresó, los mandó torturar, los quemó vivos, se los cargó a todos… Aunque el papa protestó un poco, al final disolvió la Orden. También es verdad que ya no quedaban templarios. Por otra parte, dado el clima de caos e inseguridad que había en Roma por todos estos acontecimientos papales, Clemente trasladó la sede a Aviñón, aunque en principio de forma temporal, llevándose muchos tesoros y acumulando allí muchos. Aviñón, que era una ciudad pequeña entonces de no más de 6.000 habitantes, pasa a tener 30.000: todos los cargos eclesiásticos, cardenales, obispos, los sirvientes de todos ellos, familiares, médicos, guardias, servicio doméstico, etc., y queda insuficiente. Esto hace que se construya fuera de las murallas, se expropien casas y se hagan otras de muy mala calidad, lo que favorecía la expansión de la temida peste. El papa hizo su sede papal y obispos y cardenales sus palacios. Y por supuesto, iglesias, conventos. Esto hace un efecto llamada a nueva burguesía en la que el clero, nobles, banqueros, comerciantes, artistas y demás que competían entre ellos en lujo y ostentación. La presión del rey de Francia y sus problemas de salud, hicieron que muriera antes de lo previsto, a los 50 años. A su muerte desaparecieron gran parte de los tesoros que había acumulado. 

Su sucesor, Juan XXII (1316-1334), fue elegido papa por expreso deseo de su majestad Felipe V, el nuevo rey de Francia y se llevó el Papado de forma permanente a Aviñón. Pero luego tuvo que pagar el favor. Instigado por Felipe V de Francia, que no aceptaba como nuevo emperador del Sacro Imperio Romano a Luis IV y quería una regencia hasta que no se aclarase el litigio entre los aspirantes, se negó a coronar a Luis emperador, lo declaró hereje, entre otras cosas por haber protegido a pensadores heréticos, y lo excomulgó. En 1328, Luis respondió invadiendo Italia, ocupó Roma, depuso al papa, lo acusó de herejía, nombró otro papa, Nicolás V, el antipapa, y se coronó emperador. Pero los ejércitos de Luis, hostigados por la población, se tuvieron que ir de Roma. El papa Nicolás V apenas duró dos años, renunció y se puso a las órdenes de Juan XXII. Juan XXII, fue un buen contable y administrador. Embelleció el palacio papal, se hizo uno para el verano, acrecentó las riquezas de la Iglesia y permitió una notable promiscuidad sexual entre sus miembros siempre que no hubiera vida marital. El papa de Aviñón, bajo la protección del rey francés, había hecho también una gran fortuna personal. Todo ello le costó enemistarse con los franciscanos, que abogaban por una filosofía basada en la espiritualidad y la pobreza de Jesús, así que el papa excomulgo al Ministro de la Orden Miguel de Casena. Estos hechos enciende la contra los excesos y desmanes de la Iglesia. 

Benedicto XII (1334-1342) llegó al Papado después de destacar como sangriento inquisidor contra los cátaros, aunque eso sí, parece que se tomaba mucho tiempo en salvar sus almas. Hizo un amago de volver a Roma, pero el rey de Francia no se lo permitió. Tenía especial obsesión en aumentar los impuestos fiscales en favor de la Santa Sede. Y cómo no, con las riquezas de sus predecesores, se hizo su propia mansión. 

Con Clemente VI (1342-1352) el Papado se rindió al rey francés. Hacía lo que este quería, incluso con la financiación de las campañas militares de este. Ejerció el favoritismo sin límites y llegó a nombrar cardenales y otros altos puestos a familiares y amigos. Era un hombre al que le gustaba el lujo y llevó a la sede papal de Aviñón a unos niveles de riqueza, ostentación y abundancia nunca conocidos. Mandó construir la ampliación del palacio papal, el Palacio Neuf, de un estilo gótico y una suntuosidad nunca vistas. Fue, dicen las malas lenguas, bastante promiscuo sexualmente, lo que le valió una importante gonorrea. También era un hombre culto que amaba el arte y fue mecenas de algunos artistas. Durante su mandato, fue la época más terrible de la peste negra en Europa que mató a casi un tercio de su población. La aterrada gente echaba la culpa de ese mal a los judíos, que eran perseguidos, torturados y masacrados. Clemente VI, salió en su defensa, condenó la violencia contra los judíos y ordenó que la jerarquía de la Iglesia tomara medidas para su protección. 

El papa Inocencio VI (1352-1362), elegido papa ya muy anciano, intentó mediar para conseguir paz entre Francia e Inglaterra en la Guerra de los Cien Años (1337-1453), pero no lo consiguió. No obstante, con esta actitud quiso marcar una posición más objetiva respecto a la corona de Francia, que era de auténtico vasallaje. Aunque llevaba un listado de compromisos con los cardenales, al final se lo saltó a la torera. Intenta reducir lujos y corrupción, reformar la administración, prohibir la acumulación de cargos y los privilegios, y mantener a los obispos en sus diócesis. En cuanto a construcciones, refuerza y mejora las murallas para evitar el bandidaje, que había mucho. 

Urbano V (1362-70), aunque más austero y espiritual, volvió a escorarse hacia el lado de Francia. Considerado el primer papa humanista, destacó el valor de la cultura y apoyó la difusión del conocimiento, las ciencias, las ciencias y las artes. Fundó universidades (Cracovia y Viena) 

El último de los papas de Aviñón fue Gregorio XI (1370-1378). En una época de escasez y hambruna por la zona, el papa ordenó el embargo a las exportaciones de grano del norte de Italia. Entonces un gran número de ciudades encabezadas por Florencia se unieron para ir contra estas medidas. El delegado papal el cardenal Roberto de Ginebra actuó muy duramente contra los rebeldes e incluso convenció a Gregorio XI para la contratación de mercenarios ingleses al mando de John Hawkwood, que se aplicó bien y masacró a la población. Obviamente la población se radicalizó contra el papa, este excomulgó a Florencia entera y esta dejó de pagar los impuestos papales. Como habían entrado en bucle y había que encontrar una solución, siguiendo el consejo de Catalina de Siena, luego santa, Gregorio XI hizo las maletas y se volvió a Roma. 

Aviñón y el Ródano.
Aviñón y el Ródano. Foto viaje 2006.

Gran Cisma de Occidente o Cisma de Aviñón. 

Llegamos aquí con una situación complicada: La rivalidad entre Roma y Francia por controlar el papado por una parte. Y por otra, la deriva de la Iglesia de Aviñón y del colegio cardenalicio, que había convertido a estos más en príncipes poderosos dedicados a la política que a sus funciones eclesiásticas y cristianas. La cristiandad se había quedado sin cabeza, sin control y sin referencias. Era un polvorín. 

No todos los cardenales pensaban igual, las divisiones eran patentes, las familias poderosas de Roma de las que salían o apoyaban a estos cardenales estaban en confrontación y la dependencia de la corona francesa empezaba a hacer mella, así que era una situación difícil y los concilios muy largos. En ellos, el papable tenía que dejar dicho y escrito, aunque no constara en las actas, lo que iban a hacer, y un sin fin de cosas, por lo que la controversia, acuerdos y desacuerdos eran muchos. Máxime si, al no constar en acta luego lo cumplirían, o no. 

El cónclave para la elección del sucesor de Gregorio XI empezó el 7 de abril en Roma. El pueblo romano salió a la calle para impedir que los cardenales salieran de la ciudad, pues querían la Sede Papal en Roma y un papa italiano, aunque la mayoría de los cardenales papables eran franceses (10 de 16). Sin embargo salió elegido alguien que no estaba nominado, el arzobispo de Bari, con el nombre de Urbano VI. Al no ser cardenal, tuvo oposición por parte de algunos, lo que hizo que la noticia de “habemus papam” tardase en salir a la calle. Las masas que esperaban fuera supusieron que el retraso se debía a que el elegido no era italiano y asaltaron el palacio papal e incluso agredieron a los cardenales. 

En principio, el papa recibió el beneplácito de los cardenales que habían quedado en Aviñón, así que todo bien. Desde el principio, Urbano VI quiso reformar la Iglesia, y empezó a criticar a los cardenales, obispos o nobles que vivían ostentando lujos y opulencia o que no estaban en sus puestos de trabajo como debieran. Estos reproches y las impopulares medidas contra los infractores caen, cómo no, fatal a los damnificados y empiezan a conspirar contra el recién elegido papa. Así la mayoría de los electores se reúnen en Anagni (donde retuvieron a Bonifacio VIII) y conspiran para declarar el cónclave de abril nulo por presión y falta de libertad de los electores y buscan apoyos entre los nobles, resto de la cúpula eclesiástica e incluso en el rey francés para cargarse a ese papa y poner otro. Así que el el 20 de septiembre hacen otro concilio en Fondi, cerca de Roma, y nombran papa a Roberto de Ginebra, el de las represiones de Florencia, que toma el nombre de Clemente VII y fija su Sede Papal en Aviñón. Urbano VI, que se había quedado solo, tiene que nombrar cardenales nuevos. Y ya tenemos dos papas. Y en el mismo año. 

Esto, por supuesto, transciende el papado y la cristiandad. Los países se dividen entre los partidarios de Roma y los de Aviñón, aunque a veces cambiaban de partido según les convenía. A saber: Francia, los reinos españoles (Castilla, Navarra y Aragón), Nápoles, Escocia y sus amigos van con Clemente VII y El Sacro Imperio Romano-Germánico (que incluía la mitad norte de Italia), Inglaterra, Europa oriental y sus amigos, van con Urbano VI. Así, con la excusa de la división, se dieron tortas entre ellos por cuestiones políticas y, por supuesto, los papas se excomulgaron uno a otro. Por ende, toda la cristiandad quedó excomulgada y los católicos de a pie, hechos un lío. 

También hubo propuestas pacificadoras: que uno de los dos buenamente dimitiera, que se sometiera a la votación de un concilio, que decidiera un árbitro…, pero nada. El cardenal Pedro de Luna actuó como intermediario en el conflicto para que uno de los dos dimitiera y se pusiera así fin al cisma, pero tampoco lo consiguió. Sin embargo, en 1389 muere Urbano VI. ¿Se acabó el problema? No. Roma nombra a un nuevo papa, Bonifacio IX. También en Aviñón se muere Clemente VII en 1394 y eligen al cardenal Pedro de Luna como papa, con el nombre de Benedicto XIII. Es el famoso Papa Luna del que casi todos hemos oído hablar, quizás por ser aragonés. Mientras que en Roma se iban sucediendo papas después de Bonifacio IX, Inocencio VII (1404-1406), Gregorio XII (1406-1415), el Papa Luna se mantuvo en su solio, a pesar de la idea que había de que uno de los papas tenía que abdicar para favorecer el fin del cisma y la unificación de la Iglesia. 

En un esfuerzo reconciliador, los países de los dos bandos y los cardenales disidentes de los dos papas, que estaban hasta la coronilla, convocaron un concilio en Pisa en 1409 el que emplazaron a los dos papas. No se presentó ninguno por considerar que era un concilio ilegal, así que los declararon herejes y cismáticos, convocaron cónclave y eligieron otro papa: Alejandro V. Y ya tenemos tres papas. Alejandro V duró solo un año, pero tuvo un sucesor, Juan XXIII. 

Castillo Templario y Papal de Peñíscola.
Castillo Templario y Papal de Peñíscola.
Foto viaje 2012.

Francia, que empezaba a estar harta de la cabezonería de Benedicto XIII, puso un bloqueo militar al palacio de Aviñón, sus propios cardenales le abandonaron y él tuvo que huir de allí instalándose definitivamente en Peñíscola (Castellón), donde fijó la sede papal en una antigua fortaleza templaria. Siempre y hasta la muerte defendió que era el único y legítimo papa, pues era el único que había sido elegido cardenal antes del cisma. Por otra parte, Juan XXIII asaltó Roma obligando a huir a Gregorio XII.

En 1414, Segismundo “rey de los romanos” (que viene a ser el emperador pero sin coronar por el papa), convoca en la ciudad alemana de Constanza un gran concilio para poner orden, porque ya estaban todos un poco hartos. Este concilio duró de 1414 hasta 1418). Así que convoca a los tres papas. Solo acude Juan XXIII. En este concilio se habla de todo: derechos, deberes, del papa, del emperador, cometidos, organización, reformas, poderes… de todo. En estos debates, los desacuerdos entre Segismundo y Juan XXIII fueron tantos y tan profundos, que este, en vez de abdicar, terminó huyendo disfrazado por la noche. Al año siguiente fue destituido, arrestado, hecho prisionero, acusado de herejía, asesinato, violación e incesto, entre otras cosas, y nombrado antipapa. Por su parte, Gregorio XII, aceptó el concilio de Constanza y abdicó del pontificado. Benedicto XIII, a pesar de los numerosos intentos y negociaciones para su renuncia, y de que se quedó solo, pues hasta los reinos españoles le abandonaron, se mantuvo firme proclamándose como único papa. En el concilio julio de 1417 fue depuesto y declarado hereje, cismático y antipapa. Dada la urgencia con la que ya hacía falta arreglar las cosas y la reforma de la Iglesia, en septiembre de ese mismo año se nombró papa a Martín V. 

Peñíscola (Castellón)
Viaje 2012

El Papa Luna, murió solo y ninguneado, parece que solo le seguían tres cardenales, a la edad de 94 años, con la firme convicción de que era el único papa legítimo. Murió en su sede papal, el Castillo de Peñíscola. A su muerte fue elegido como sucesor Clemente VIII, que abdicó a favor a favor de Martín V. Se acabó el Cisma.

Una de las explicaciones para la expresión de “mantenerse en sus trece” que decimos de los tercos, viene de este papa que nunca renunció a ser el decimotercer papa Benedicto. 

Papa Luna. Peñíscola.
Papa Luna. Peñíscola.
Foto viaje 2012.

Pero no terminaron ahí los avatares del cabezón Papa Luna. Sus restos y, sobre todo su cabeza, tienen otra aventura que contar, pero eso será otro día.














Bibliografía:


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