Alejandro Magno: El gran conquistador.

Estatua de Alejandro Magno.  S. III a.C. Museo Arqueológico de Estambul
Estatua de Alejandro Magno.
 S. III a.C.
Museo Arqueológico de Estambul


Alejandro Magno no es exactamente un aventurero ni un explorador, pero sí uno de los mayores conquistadores y más nobles guerreros de todos los los tiempos. Nació en julio de 356 a. C. en la ciudad de Pela, Macedonia (actualmente región al norte de Grecia). Era hijo del rey Filipo II de Macedonia y Olimpia de Expiro (ahora también región de Grecia). Esta pareja tuvo también una hija llamada Cleopatra. 

Cuando Alejandro era niño, su padre compró un caballo que nadie lo podía domar de lo salvaje y violento que era. Alejandro se dio cuenta de que el caballo tenía miedo de su propia sombra, así que puso al animal mirando al sol para que no pudiera verla y lo montó. Cuenta la la leyenda que, ante tal hazaña, su padre le dijo: «Búscate otro reino, hijo, pues Macedonia no es lo suficientemente grande para ti». Llamó al caballo Bucéfalo, y los dos fueron inseparables para el resto de sus vidas. Alejandro fue un jinete excepcional y la briosa estampa de los dos es su imagen universal. 

El rey Filipo, que quería la mejor educación para su hijo, le puso los mejores maestros de la época. A los trece años, Aristóteles, uno de los filósofos y científicos más grandes de todos los tiempos, fue el encargado de su instrucción. Con él aprendió filosofía, retórica, ciencias, biología, política, lógica y otras muchas disciplinas. Compartió clases y una amistad firme, leal y hasta la muerte con otro joven llamado Hefestión. Alejandro se convirtió en un hombre culto, gran lector, (su libro preferido era La Iliada) educado, sensible, valiente, abierto y ambicioso. Físicamente no era muy alto, 1,60 más o menos. Pero era un gran atleta que llegó a participar en los juegos olímpicos, y muy atractivo. Además, parece que era zurdo, le daban ataques de epilepsia y que tenía heterocromía, esto es, un ojo de cada color. 

Desde muy joven, su padre le hizo partícipe de las labores de gobierno, convirtiéndose muy pronto en su mano derecha y un gran estratega. Pero ocurre algo que cambia el curso de las cosas. En esa época, la poligamia era una cosa habitual y las prácticas bisexuales también estaban a la orden del día. Filipo se había casado con una noble macedonia llamada Cleopatra Eurídice, su séptima esposa. Esta boda no le sentó nada bien ni a él ni a su madre, Olimpia, porque podía poner en peligro su derecho al trono. Esto tensa las cosas entre el rey y su hijo y para evitar problemas, Filipo los manda al exilio. Van a Epiro. Él y su hijo parece que terminan haciendo las paces. De todas formas, para tratar de evitar conspiraciones de Olimpia y Alejandro, organiza con todo lujo la boda de su hija Cleopatra con un hermano de Olimpia, y por tanto, tío de la novia, llamado también Alejandro. 

Alejandro Magno y Bucéfalo. Mosaico en Pompeya.
Alejandro Magno y Bucéfalo.
 Mosaico en Pompeya
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Cuando Filipo se dirigía a pronunciar el discurso de bodas entre majestuosas estatuas de los dioses del Olimpo, un capitán de su guardia llamado Pausanias, le apuñaló en un costado y lo mató. Pausanias duró poco. En pocos minutos lo cogieron y lo cosieron a puñaladas, así que no se supo el motivo del magnicidio. Se especula con con que pudo ser un encargo de Olimpia, de los enemigos, o un crimen pasional. Pausanias era amante de Filipo, y nunca le perdonó que, cuando un tal Átalo, tío de Cleopatra Eurídice, lo violó salvajemente, Filipo no lo defendió. La muerte de Filipo sigue siendo una incógnita. Y así llega Alejandro al trono de Macedonia. Lo primero que hace es cargarse a todos los parientes de su madrastra que pudieran darle problemas o hacerle la competencia al trono, Átalo incluido. 

Cargarse a los molestos o posibles rivales era la práctica habitual para quitarse de en medio a los que estorbaban. Y ahora casi que también… Filipo fue un gran rey. Renovó y reformó el ejército, y con sus magníficas dotes diplomáticas y alianzas, aunque fueran matrimoniales, amplió el reino de Macedonia a toda la Grecia antigua y el sur de los Balcanes. Lideró la Liga de Corinto, en la que estaban la mayoría de las ciudades griegas, para atacar a los eternos rivales, el Imperio Persa, pero fue asesinado en los preparativos de esta campaña. 

Su hijo se encontró con un reino rico y bien organizado, así que, después de sofocar algunas revueltas internas a la muerte de su padre, partió a luchar contra los persas y a conquistar el mundo con su caballo y su ejército. Alejandro fue un militar extraordinario e infatigable. 

Alejandro Magno y Diógenes. Tapiz. Paride Pascucci, 1891 Museo Larreta, Buenos Aires (Argentina)
Alejandro Magno y Diógenes. Tapiz.
Paride Pascucci, 1891
Museo Larreta, Buenos Aires (Argentina)

Antes de partir a la conquista de Asía, hizo una parada en Corinto, donde se interesó por un viejo filósofo que vivía en una tinaja y siempre rodeado de perros. Era Diógenes Laercio. Diógenes vivía en una pobreza extrema y siempre se le podía ver por las calles de Atenas con una lamparita encendida y con su manada de perros. Decía que buscaba “hombres honestos”. Cuando Alejandro lo vio, se quedó sorprendido. ¡Qué distinto era a Aristóteles y el resto de sus maestros filósofos! Viendo al sabio en esas condiciones tan miserables, tumbado junto a su tinaja, le preguntó si podía ayudarle en algo o hacer algo por él, a lo que Diógenes contestó: «Sí, apartarte, que me estás tapando el Sol». Admirado por la sencillez y la humildad del anciano, Alejandro respondió: «De no ser Alejandro, hubiera querido ser Diógenes». 

Pasando por la zona de Anatolia en Turquía, decidió pasar el invierno en una ciudad llamada Gordión, fundada por un labrador llamado Gordias, al que la casualidad le había hecho rey. Gordias, en agradecimiento, ató su carro a una columna del templo dedicado a Zeus con un nudo tan complicado que no se veían los extremos y que era imposible de desatar. La leyenda decía que quien lo lograra, conquistaría toda Asia. Cuando llegó Alejandro, tomó su espada y de un tajo partió en nudo por la mitad diciendo: «Es lo mismo cortarlo que desatarlo». El caso es que esa noche cayó una tormenta con muchos rayos y truenos y lo interpretaron como que la respuesta de Alejandro había complacido al dios. Y debió ser así, porque se pasó su corta vida expandiendo su imperio. 

Alejandro Magno era una persona con grandes convicciones religiosas que ofrecía ofrendas y sacrificios a los dioses, sobre todo en las batallas y en las victorias. Además, por su educación, era un hombre noble, abierto e integrador. Había quien le veía como un semidiós. 

Llegó a Egipto, ocupado por los persas. Fue muy bien recibido por los egipcios, que le ayudaron en su lucha contra estos y le nombraron faraón e hijo del dios Amón. Allí fundó Alejandría. Tras un tiempo por esas tierras, partió hacia Oriente luchando en múltiples batallas contra las tropas del rey persa Dario III. Cuando encontró a Dario, estaba muerto. Había sido asesinado por los partidarios del traidor Bessos, que se autoproclamó rey de Persia. Dario era su rival en la guerra, pero no su enemigo. Le respetaba. Ordenó grandes funerales para el rey persa y prometió a su familia que cogería a sus asesinos. Este gesto le hizo ganarse las simpatías de la gente. 

Aunque los actos de generosidad y magnanimidad eran frecuentes y numerosos, pues eso le otorgaba una superioridad ante el invadido, el ejército de Alejandro era implacable. Ante la resistencia del enemigo no dudaba en los castigos más expeditivos, desde crucifixiones a ser arrastrados por caballos hasta la muerte. Las guerras no se ganan con buenas palabras, sino con una buena estrategia militar, y en eso Alejandro era el mejor, y sembrando los territorios de masacres y miedo.

Avanzando hacia el este, por lo que ahora es Irán, se encontró con la amazonas. Era un pueblo de mujeres hermosas, fuertes y guerreras que vivían al sur del Mar Caspio, pero no se cortaban un pecho para tirar con el arco, como cuenta la leyenda. A Alejandro le precedía su fama de semidiós. Cuando la reina Talestris lo vio tan guapo, tan inteligente y tan fuerte, quiso que su pueblo se perpetuase con él, así que tomó a trescientas guerreras, ella la primera y lo mantuvieron, con mucho gusto, eso sí, trece días y trece noches sin salir de la habitación «perpetuando» la raza. ¡Qué capacidad! 

Siguió avanzando y conquistando satrapías, que eran los territorios bajo dominio persa a cargo de un gobernador llamado sátrapa. Alejandro, una vez ganador, acostumbraba a dejar a los gobernadores en su puesto, eso sí, bajo el dominio griego. Buscando siempre la integración total de los pueblos, se casó con su primera mujer, la hija de un sátrapa, llamada Roxana. 

No solo estaba haciendo su imperio el mayor del mundo conocido, también estaba persiguiendo a Bessos, el asesino de Dario. Esto le llevó hasta la India. Al final, el general de Alejandro, Ptolomeo, lo encontró, lo arrestó y lo ejecutó. Alejandro mandó comunicar a su familia que Dario estaba vengado. En la India le plantó cara el rajá Poro en una dura batalla en la que murió su fiel amigo Bucéfalo, que había sido su otra mitad durante 20 años. Fueron batallas feroces y terribles las de Hidaspes, de mucha virulencia y muchas pérdidas. Al final ganó Alejando, pero viendo la nobleza y la valentía de Poros, no solo le perdonó, sino que hizo un pacto con él y lo nombró sátrapa de su imperio en esas tierras. Además, fundó la ciudad de Bucéfala, dedicada a su inseparable caballo. 

Las rutas de Alejandro Magno
Las rutas de Alejandro Magno
Wikimedia Commons. CC BY-SA 3.0 Miracalla22

El viaje y las contiendas fueron de mucho sufrimiento: Hambre, frío, cansancio extremo, enfermedades… Las tropas, agotadas, se amotinaron. Dejaron de avanzar hacia el este y emprendieron camino de regreso por el sur en un viaje no exento de luchas y peligros. En una de ellas fue herido con una flecha en un pulmón y estuvo muy malito. En este viaje de regreso y para seguir afianzando su imperio, tuvo lugar en la ciudad de Susa una boda multitudinaria de sus soldados con mujeres persas. Él mismo se casó con dos: Estatira, hija de Darío III y Perisatis, hija de Artajerejes III. Hefestión, su amigo del alma, se casó con otra hija de Dario. Ese invierno, después de un desenfrenado banquete, Hefestión se sintió mal. ¿Alguna enfermedad? Murió. Alejandro quedó completamente desolado. 

Llegando a Mesopotamia tuvo noticia de que algunos de sus sátrapas y militares que había puesto de gobernantes, habían abusado tiránicamente de su poder, lo que desató su ira y mandó ejecutar a unos cuantos. 

Al llegar a Babilonia, asistió a una fiesta en el palacio de Nabucodonosor. Allí se sintió mal. Después de unos días muy enfermo y con una larga agonía, el gran Alejandro Magno murió a los treinta y dos años. No se sabe si a causa de la malaria, otra enfermedad o lo envenenaron. Fue en junio del año 323 a. C. Habían recorrido más de 30.000 kilómetros en diez años, a caballo, a pie, luchando, conquistando (la leyenda dice que no perdió ninguna batalla, aunque se perdieron muchos miles de vidas), unificando todo el mundo conocido, mezclando razas y culturas, fundando ciudades (se calcula que unas setenta), llevando el saber griego a todos los rincones y enriqueciendo el conocimiento occidental. Su cuerpo fue llevado en un lujoso ataúd de oro en una impresionante comitiva fúnebre y enterrado en Alejandría, la ciudad que él fundó, con todos los honores humanos y divinos, como si hubiera sido un semidiós. 

Cortejo funebre de Alejandro Magno. Anónimo, francés siglo XIX. Museo del Louvre, en París.
Cortejo funebre de Alejandro Magno.
Anónimo, francés siglo XIX.
Museo del Louvre, en París.

A su muerte, su esposa Roxana mandó asesinar a las otras dos, Estatira y Perisatis, y el general Casandro, que había llegado al poder dando un golpe de Estado y se había autoproclamado rey de Macedonia, ordenó asesinar a toda la familia de Alejandro, entre ellas a su madre Olimpia, su esposa Roxana y a sus hijos. Su enorme imperio, conseguido con tanto esfuerzo, tanta lucha, tanta generosidad y tanta diplomacia, se lo repartieron entre sus generales y se fue al garete. El general Ptolomeo se quedó con Egipto y fundó la dinastía ptolemaica, la más estable, que duró hasta la famosa reina Cleopatra. 

🌟 Si Alejandro Magno hubiera sido eterno, hubiera llegado a América mucho antes que Colón y a la luna antes que Amstrong.

🌺 Algunas de sus frases:

"Recuerda que de la conducta de cada uno depende el destino de todos".

"Que todos los seres mortales de ahora en adelante vivan como un sólo pueblo que esté de acuerdo y que trabaje para el avance en común".

"No tengo miedo de un ejército de leones dirigido por una oveja. Tengo miedo de un ejército de ovejas dirigido por un león".

"Para mí he dejado lo mejor: la esperanza".

"No hay nada imposible para aquel que lo intenta".

"Cuando damos a alguien nuestro tiempo, en realidad damos una parte de nuestra vida que nunca vamos a recuperar".

"Las posesiones que obtenemos gracias a nuestras espadas no son ni seguras ni duraderas, pero el amor que ganamos por la amabilidad y la moderación es seguro y duradero y ha de prevalecer".


Fotos: Wikimedia Commons.

Bibliografía:

Los setenta grandes viajes de la Historia. Robin Hanbury-Tenison. Círculo de Lectores.

Internet:

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