John Kennedy Toole: la esperanza perdida antes de tiempo.
John Kennedy Toole. Autor foto: desconocido. |
A veces me dan ganas de sentarme al ordenador y, como «Betty la Fea», y escribir cosas que se me pasan por la cabeza a modo de desahogo. «Betty la Fea» era una telenovela de hace años donde su protagonista, Betty, una muchacha muy poco agraciada, contaba sus amores y desamores con su rico y guapetón jefe. Y contaba todo eso a modo de diario en un blog que tenía por internet. Eran los primeros tiempos de internet y estas cosas. La cosa es que a Betty la leía todo el mundo. Sigo sin explicarme cómo conseguía tantos fans contando sus avatares amorosos, salvo por los milagros que hacen los guiones de televisión.
La realidad no es tan fácil. Que a uno le hagan caso con esto de escribir, a pelo, sin padrinos, sin editoriales, sin dinero para invertir en publicidad, sin dorar la píldora a nadie, sin… es muy difícil. Y ahí estamos, esperando al valiente editor que se arriesgue a leer la obra de un desconocido y sacarla a la luz o esperando al valiente lector que se arriesgue con un autor anónimo y con una obra que, además, está perdida en un océano de libros, artículos, blogs y otras hierbas.
Se dice que la “esperanza es lo último que se pierde” y, aunque los escritores nóveles tenemos muchos momentos de bajón, es suficiente un comentario bueno, generoso y positivo de alguien que la ha leído para remontar y decir: “saldrá adelante”.
Sin embargo, a veces la desesperanza vence antes de tiempo. La paciencia se pierde y las ganas de luchar, se van. Esto es lo que le ocurrió al escritor norteamericano John Kennedy Toole.
John Kennedy Toole
John Kennedy Toole nació en Nueva Orleans el 17 de diciembre de 1937. Sus padres, John Dewey Toole y Thelma Toole, concibieron a su único hijo cuando habían perdido la esperanza de ser padres. Era un niño muy inteligente y muy buen estudiante, aunque quizás su infancia no fue del todo feliz por culpa de una sobreprotectora y dominante madre que no le dejaba ni siquiera jugar con otros niños. Esta posesión anuló a la figura paterna. Su madre le presionaba para que fuera el mejor. Llegó a tocar muy bien el piano y participaba en grupos de teatro. Era, además, un chico divertido. Y le gustaba escribir. A los 16 años escribió su primera novela, La Biblia de neón, que no llegó a publicar.
John se convirtió en un joven alto y bien parecido. No está clara su orientación sexual, aunque parece que su madre le espantaba a la amigas. Se graduó con honores en la Universidad Tulane y después en la de Columbia en Literatura Inglesa. Después de trabajar un poco de tiempo en una fábrica, se hizo profesor. Tras un paréntesis de dos años en los que tuvo que ir al ejército con destino en Puerto Rico, volvió a su tierra natal, a vivir con sus padres, y volvió a dar clases. En esos momentos su padre empezaba a sufrir una importante demencia senil y una sordera que lo aislaban del mundo, y las condiciones económicas de la familia eran bastante precarias.
Por esta época, se hizo un poco bohemio y alternaba mucho con sus amigos músicos del Barrio Francés, el más antiguo de Nueva Orleans. Con uno de ellos tuvo ocasión de vender tamales (una especie de empanadilla envuelta en hojas). Estas dos experiencias, la de la fábrica de ropa y la venta de tamales, fueron clave en el desarrollo de su novela La conjura de los necios. Escribía con disciplina y entusiasmo.
John estaba convencido de que su obra era muy buena y la llevó a varias editoriales, siendo rechazada en todas ellas. Entre ellas estaba la editorial Simon and Schuster a la que envió el manuscrito en 1963. Su editor literario, Robert Gotlieb, le requería continuamente que lo cambiara, revisara o modificara, hasta que Toole se hartó. Esto empezó a hundirle y el desánimo se apoderó de él: nunca vería su obra en las librerías. Enterró la novela en un armario o debajo de la cama y allí se quedó acumulando polvo. Empezó a beber, a descuidar su trabajo y a él mismo. Cayó en una espiral de autodestrucción cuando la idea de que nadie publicaría su novela y que era un fracasado se instaló en su cabeza. Perdió la esperanza, y él “sabía" que su novela era fantástica. En enero de 1969, tras una discusión con su madre, se fue de casa.
El 26 de marzo de 1969, después de estar dos meses desaparecido, paró el coche en un pinar de Biloxi, Mississippi, puso una manguera en el tubo de escape, metió el otro extremo por la ventanilla, se sentó dentro y se esperó. Dejó una nota de suicidio que destruyó su madre. En su familia ya había habido casos de suicidio y problemas mentales, quizás eso pudo influir. Fue enterrado en la más estricta intimidad. Tenía 31 años.
Su madre, Thelma Toole, cayó en una profunda tristeza y solo podía llorar la muerte de su hijo. Siempre pensó que hijo era un genio y que ella era la madre de un genio. En 1974 queda viuda, lo que para ella fue otra gran pena, pero a la vez, una liberación.
Años después de la muerte de John Kennedy Toole, Thelma encontró el manuscrito cubierto de polvo. Esto supuso una inyección de fuerza y un aliciente para vivir. Ella conseguiría que se publicase el libro. No podía abandonar lo que había sido la ilusión de su querido hijo. Así que fue con el manuscrito en la mano editorial por editorial, hasta ocho, mes tras mes, recibiendo siempre una negativa como respuesta. Pero no estaba dispuesta a tirar la toalla, así que en julio de 1976 se plantó con los papeles en la oficina del escritor Walker Percy que, como el resto, se negó a leerlos. Sin embargo, ante la insistencia de Thelma que le llamaba con una frecuencia desesperante, cedió a leer las primeras páginas. Tal fue el entusiasmo que no fue capaz de dejarlo hasta que lo terminó.
Walker Percy: “Y seguí y seguí. Primero, con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarla; luego, con un prurito de interés; después, con una emoción creciente y, por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena”.
Walker Percy: “se llega a llorar de la risa durante su lectura”.
La revista New Orlenas Review publicó dos capítulos en la primavera de 1978.
En 1980, alentada por Percy y ante la persistente insistencia de Thelma, la editorial de la Universidad Estatal de Lousiana publicó, por fin, 3000 ejemplares de la novela La conjura de los necios. Percy escribió el prólogo. Fue todo un éxito en crítica y ventas. Pronto se publicaron miles. En 1981, John Kennedy Toole fue galardonado a título póstumo con el premio Pulitzer por su obra La conjura de los necios. En Francia, con el de la mejor novela en lengua extranjera. Aprovechando el tirón en 1989 se publicó La Biblia de neón. Lo consiguió. Pero cometió un error garrafal: perdió la esperanza antes de tiempo y no pudo disfrutarlo.
Thelma Toole, la madre coraje, falleció el 17 de agosto de 1984. Fue la artífice del éxito de su hijo y, aunque no por demasiado tiempo, sí pudo vivir esa alegría.
Ignatius y Torrente
Leí La conjura de los necios hace muchos años a instancias de mi madre, que es una gran lectora, y me contó la historia de John Kennedy Toole. Entonces me gustó y me resultó divertida, pero fui incapaz de identificarme en lo más mínimo con el protagonista. Es más, me pareció un personaje que da cierta grima.
El Ignatius Reilly de Toole y el Torrente de Santiago Segura tienen, para mí, mucho en común. Los dos son personajes gordos, sucios, vagos, espesos, soeces, chabacanos y un sinfín de calificativos más que no dicen nada bueno de ellos. También tienen sus diferencias. Torrente es listo y puede ser hasta inteligente, mientras que Ignatius, aunque es imaginativo, es torpe y, quizás, poco corto de entendederas. Mientras que uno es policía integrado en la sociedad “a su modo”, el otro es un inadaptado que vive apegado a las faldas de su madre en una relación de mutua e insoportable dependencia.
Me gustaría preguntar a Segura si había leído La conjura de los necios cuando se le ocurrió el personaje de Torrente. En cualquier caso, el libro de uno sí me gustó (recomiendo su lectura porque es una gran novela y porque es muy divertida) y las películas del otro, pues no son de mi estilo.
«Eppur si muove»: un rescate en el tiempo. |
Y yo.
Yo también sé que mi novela es buena. Y quien la ha leído me ha hecho unas críticas estupendas, pero no despega al estrellato. No me sale el gurú que la lance, que le dé publicidad. Y mis medios, aunque los trabajo lo que sé y lo que puedo, son muy limitados. Pero «EPPUR SI MUOVE» UN RESCATE EN EL TIEMPO tiene alma de best seller. Sigo esperando. Y escribiendo. Porque, quizás, la luz está detrás de un horizonte que no vemos, pero al que llegaremos o llegará a nosotros.
«Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción». (Samuel Johnson, 1709-1784. Escritor inglés)
Bibliografía:
Internet:
* wikipedia.org;
* elmundo.es/cultura/literatura/2019/07/24;
* buscabiografías.com;
* jornada.com.mx/2009/11/22/;
* hipertextual.com/2016/04/john-kennedy-toole
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