La Primera Comunión: la historia y mi experiencia.

Origen de la primera comunión.

Origen de la misa. 

La Última Cena. Juan de Juanes (1510?-1579)

Todos los que fuimos a colegios de monjas, curas o catequesis, nos tuvimos que aprender de memoria los santos sacramentos de la Iglesia Católica, a saber: bautismo, confirmación, penitencia, eucaristía, extremaunción, orden sacerdotal y matrimonio. Todos se hacen (salvo excepciones) una vez en la vida, menos la penitencia -confesarse- y la eucaristía -comunión- que pueden realizarse todas las veces que a uno le apetezca. Y todas se celebran con más o menos festejos, quitando la extremaunción (por la tristeza de lo que implica) y la penitencia y la eucaristía, porque sería un no parar, pero al menos una vez, sí que hay que celebrar estas, faltaría más.

Hoy voy a hablar un poco de cuando se recibe por primera vez la comunión, ese acto de la eucaristía en el que se toma una hostia en recuerdo del pan y el vino de la Última Cena de Jesús con sus apóstoles. 

La eucaristía consiste en la consagración del pan y el vino. Los católicos creen que en este momento se produce la transubstanciación, es decir que realmente el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Otros grupos cristianos piensan que es una presencia espiritual de Cristo en estos elementos o, incluso, que es simbólica. En cualquier caso, es el culmen de todo cristiano. La comunión es la ingesta de estos alimentos (que puede sonar un poco antropofágico). Ambas cosas forman parte del rito de la misa. 

Para la Iglesia Católica, la eucaristía fue instituida por el mismo Jesús en la Última Cena cuando dijo: 

“Tomad y comed, este es mi cuerpo que será entregado por vosotros”. Del mismo modo, tomó el cáliz y se lo dio a sus discípulos diciendo: “ Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”. (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:19-20)

Se llaman padres apostólicos a los cristianos primitivos (siglos I y II) que tuvieron algún contacto, directo o indirecto, con los apóstoles y escribieron sobre ello. Su texto más importante y quizás el más antiguo es la Didaché (en griego “enseñanza”), un texto corto que viene a ser un resumen de las enseñanzas de los doce apóstoles y trata sobre los primeros ritos y liturgias, las autoridades eclesiásticas o la moral cristiana. El original de este texto estuvo perdido durante muchos siglos, hasta que en 1873 fue encontrado en un códice del siglo XI. La importancia de la Didaché radica en que es el documento escrito más antiguo que habla de las costumbres y creencias de los primeros cristianos. 

Pues bien, en la Didaché se dice: “Reuníos el día del Señor y romped el pan y dad gracias después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro”. Es la institucionalización del rito de la eucaristía. 

En el siglo IV, para despedir a los fieles que habían ido a participar de la eucaristía, se instauró el término misa (missa en latín es “despedida”). Después este término se ha extendido a todo el ritual de oraciones, lecturas, consagraciones, cantos, liturgias y demás que hoy conocemos y que acompañan a la eucaristía y a la comunión. 

La primera comunión. 

Elementos de la eucaristía.

La palabra comunión significa participar en lo que se tiene en común (unión de lo común) de varias cosas o personas. En el sentido que nos ocupa, la comunión viene a ser tener una comunicación y una estrecha relación con Dios. En la misa y después de la eucaristía, parece que esto se logra en el momento en que “recibimos” el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Obviamente, para poder tomar la comunión, el alma tiene que estar libre de pecado y por tanto uno tiene que estar debidamente bautizado y recientemente confesado. 

Es de suponer que, en tiempos remotos, en la ceremonia de la misa y en la comunión se participase a discreción sin tener en cuenta la edad, al menos hasta el siglo XIII en que el IV Concilio de Letrán del año 1215, convocado por el papa Inocencio III, puso orden y estableció que solo los niños entre 12 y 14 años podrían acceder al sacramento por primera vez. 

La infancia no ha estado muy valorada ni muy protegida a lo largo de la historia. Los niños no aportan ni son relevantes en la sociedad, así que, en esos primeros siglos su primera comunión pasaba sin pena ni gloria. Pero también los niños son una buena arma propagandística. En el siglo XVI, Martin Lutero inició su Reforma protestante, que al final dio lugar al cisma que separó la Iglesia Católica y la Protestante. En sus planteamientos, Lutero abogó por una mayor atención a los niños, más escuelas y más educación para todos. Y, como no, le dio más relevancia a la primera comunión. 

Así que, como respuesta, la Contrarreforma católica empezó a darle más importancia y más consideración a esta ceremonia. (La Reforma católica o Contrarreforma es el contraataque de la Iglesia católica a la reforma de Martín Lutero, que había dado lugar al protestantismo, al debilitamiento del catolicismo y a la escisión la Iglesia. Abarca desde el Concilio de Trento en 1545 hasta el 1648, coincidiendo con el fin de la guerra de Treinta Años). 

En el siglo XX, esta ceremonia se consolidó como un acto muy importante en la vida de los católicos, dando lugar a grandes celebraciones el que un niño de la familia cristiana hubiera recibido su primera comunión. 

La mayoría de las cosas evolucionan en un movimiento pendular. En este caso de las primeras comuniones, hemos pasado de la irrelevancia del niño en el hecho religioso a la casi irrelevancia del hecho religioso en la fiesta con montones de regalos que se le monta al niño. Tan malo es pasarse como no llegar… Supongo que las crisis económicas y las precauciones sanitarias harán que estos excesos se moderen un poco. 

Mi primera comunión.

Hace muchos muchos años, un 28 de agosto hice la Primera Comunión. Sin entrar en las connotaciones religiosas del asunto, las cosas han cambiado mucho en la celebración de esta tradición, tanto en lo social como en lo estético. 

Mi hermano y yo yendo a la capilla
donde hicimos la comunión.
Hicimos la comunión mi hermano y yo juntos, para ahorrar tiempo. Yo tenía 8 años recién cumplidos y mi hermano 6 y los dos íbamos a un colegio de monjas. Entonces las catequesis previas no se habían puesto de moda y en el mismo cole se encargaban de aleccionarnos debidamente. Mi madre preguntó a un jesuita amigo de la familia si no seríamos demasiado pequeños para el evento, pero este le contestó que no nos íbamos a enterar de qué iba la cosa ni entonces ni con 4 años más, así que, para adelante. 

Como era prescriptivo, nos tuvimos que confesar unos días antes. No sé cómo irán ahora las confesiones, pero entonces, los horrorosos pecados de los niños de 8 años eran: que me he peleado con mis hermanos, que he desobedecido en una tontería a mis padres o que he dicho una palabrota. 

Ese verano, mi hermano y yo ensayamos muchos con los recortes (de obleas) que traía mi madre de un convento donde hacían las hostias para las iglesias. Los recortes eran los sobrantes de los moldes y, salvo que se hubieran roto, tenían forma romboidal. Nos dábamos la “comunión” el uno al otro y procurábamos no reírnos y que “la hostia” no se nos pegase en el paladar. 

Llegó el gran día. Nuestros vestidos de comunión era unos sencillos hábitos de color marfil, de monja, fraile o misioneros (ahora se llevan más los de princesa y almirante). Muy sencillos y, además, prestados, pero estábamos muy emocionados y muy guapos. 

Yo, con mi bonito vestido de comunión
repartiendo los famosos "recordatorios".
De la ceremonia no tengo muchos recuerdos, ni fotos. Salvo que mi hermana, con dos años, se sentó en un escalón que había en el altar de la capilla y se hizo pis. Estábamos sentados de frente al altar, como los novios, así que mirábamos mucho hacia atrás para confirmar que lo estábamos haciendo bien, aunque supongo que sí, después de tanto ensayo. El sacerdote que ofició la ceremonia, Don Ignacio, era un hombre bajito y peculiar que siempre iba con una sotana negra y brillante de tanto lavado y planchado como tenía y un sombrero redondo. Todos los domingos, durante muchísimos años, fue a decir la misa a la capilla del lugar. Después desayunaba en casa de algún vecino (había turnos para repartirse al cura).

Después de la misa repartimos los "recordatorios" entre los asistentes, unas estampitas donde ponía nuestro nombre y que habíamos recibido el pan de los ángeles o algo así, con unos dibujos muy infantiles y muy bonitos. 

Como vivíamos en el campo, la celebración fue con la familia, los vecinos y un reducido grupo de amigos de mis padres. Se pusieron unas mesas con muchas viandas encima que mi madre y mi abuela llevaban un par de día preparando, refrescos y una gran sangría. Los mayores departían y los niños jugábamos al escondite, al rescate o a cualquier otra cosa que implicase correr y sudar. 

Y ¡tachán! ¡Los regalos! Un reloj, álbumes de firmas y fotos, estuches y plumieres para poner una tienda, juegos de mesa y libros. Muchos libros. El grueso de los regalos eran los libros (igualito que ahora…). Recuerdo los tres primeros tomos de la colección de Walt Disney (el azul claro, el azul oscuro y el rojo) donde estaban todas sus películas clásicas (Merlín el encantador, Cenicienta, Blancanieves, La Bella durmiente, Dumbo, Bambi, etc…) y, sobre todo, mis dos primeros libros gordos y sin dibujos: Las aventuras de Tom Sawyer (Mark Twain) y Moby Dick (Herman Melville). Y estos dos fueron los primeros libros “serios” que leí en mi vida. 

Asesorada por mi padre, después ataqué a Julio Verne, Emilio Salgari, Daniel Defoe, Robert Louis Stevenson, Jonathan Swift, Alejandro Dumas. Literatura clásica de aventuras que alternaba con “Los 5” de Enid Blyton. 

Igual que en la música no dejamos que mueran Bach, Mozart o Beethoven porque después estén los Beatles, Beyoncé o Taylor Swift, en la literatura no podemos abandonar los grandes libros clásicos para leer solo lo último de… En la vida no nos va a dar tiempo a escucharlo todo, ni a verlo todo, ni a leerlo todo, pero creo que es importante conocer, valorar y disfrutar de lo bueno de nuestro pasado y de nuestra historia para tener unas bases culturales más amplias y más firmes. 

Aunque a veces para algunos parece que la cultura sea un “artículo” desdeñado, prescindible e insignificante, no nos engañemos: 

📕 "La gran ley de la cultura es que cada uno llegue a ser lo más grande para lo que fue creado." (Thomas Carlyle) 

📖 “Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe… Sólo la cultura da libertad…No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura ”. (Miguel de Unamuno). 

🍀 🍀 🍀
😊 He empezado hablando del rito de la comunión y termino hablando de la importancia de la cultura. No tengo arreglo… 

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