La gran erupción del Vesubio.

Pompeya, una ciudad para la Historia.


Bahía de Nápoles
Zona afectada por la erupción del Vesubio

Ahora el Vesubio es una montaña no demasiado alta, apenas llega a los 1.300 metros. No sabemos cuánto podía medir antes de la gran erupción que se llevó por delante toda su cima. 

Aunque tradicionalmente se ha dicho que la gran erupción volcánica del Vesubio, una de las más devastadoras que ha conocido el ser humano, se produjo los días 24 y 25 de agosto del año 79, parece que, según las últimas pruebas y estudios arqueológicos, pudo ser el 24 de octubre del mismo año. En cualquier caso, dicha erupción arrasó las ciudades de Pompeya, Herculano, Estabia y Oplontis, entre otras, que fueron engullidas por las nubes piroclásticas (enormes masas de aire, gases y residuos sólidos ardiendo a grandes temperaturas) y enterradas para siempre.

Vista de la Bahía de Nápoles desde el Vesubio.

La región de la Campania era una zona rica y fértil para el cultivo, próspera en ganadería ovina y buena productora de vino. Pompeya, por aquel entonces, era una ciudad de unos 25.000 habitantes y buenos recursos económicos, por lo que había bonitos templos para los dioses, hermosos edificios civiles y lujosas mansiones; y Herculano, bastante más pequeña, podía contar con unas 5.000 almas. 

Si sabemos con detalle lo que ocurrió esos días es porque grandes escritores de la época dejaron constancia de ello. De esos días y de años antes… 

Mi madre y yo en Pompeya

El gran filósofo romano nacido en Córdoba Luccio Anneo Séneca, dejó testimonio en sus escritos del gran terremoto que destruyó el golfo de Nápoles el 5 de febrero del año 62, 17 años antes, donde Pompeya quedó gravemente dañada, así como de la masiva muerte de ovejas en la zona, asfixiadas por los vapores letales que emanaban de la montaña. Dos años después, en el año 64, los historiadores Suetonio y Tácito escribieron sobre otro gran temblor que, si bien no fue tan catastrófico como el anterior, sí alarmó a la población. Sin embargo, la población se terminó acostumbrando a sus pequeños temblores y a sus ovejas muertas. 

A las puertas del infierno.

Calles de Pompeya


El 20 de agosto del año 79, con los trabajos de reconstrucción de Pompeya aún sin finalizar, los temblores empezaron a ser más frecuentes, pero no hicieron caso, ya se habían acostumbrado… 

Testigo de excepción de aquel horror fue el escritor y científico Plinio el Joven, que entonces tenía diecisiete años, y que observó y documentó la tragedia desde Miseno, al otro lado del Golfo de Nápoles (a unos 30 km). En Miseno también estaba el gran escritor, naturalista y almirante Plinio el Viejo, que, queriendo ver más de cerca lo que pasaba desde su perspectiva de hombre de ciencia y con la intención de salvar vidas de la catástrofe, se embarcó con su flota hacia Estabia, y allí murió víctima, seguramente, de los gases venenosos, según cuenta su sobrino Plinio el Joven, que había rehusado a acompañarle en tan descabellada empresa, en una carta a Tácito muchos años después. 

Mi chico con cuerpos petrificados en Pompeya.

Primero, nubes de ceniza y humo. Después, una violenta explosión, que se calcula que pudo alcanzar los 30 km. de altura, originó una lluvia de ceniza, lapilli y piedra pómez, que alcanzó las ciudades a unos 300º o 400º C de temperatura. La gente empezó a huir desesperadamente. Muchos de ellos fueron lapidados por las grandes piedras que caían como obuses; otros murieron asfixiados por los vapores del azufre que se metían en cada rincón de las casas; la mayoría, abrasados vivos. Pompeya quedó ahogada en una ardiente manta de cenizas de hasta diez metros de altura y la mayoría de las casas cayeron aplastadas por el peso. Una segunda gran explosión vomitó ríos de fuego y lava que llegaron hasta el mar. Desde la distancia parecía un descomunal incendio. 

Manolo y yo en Pompeya con el Vesubio al fondo.

Las distintas oleadas de flujos piroclásticos avanzaban hacia ellos arrastrándose por el suelo a una velocidad vertiginosa. 

Llegaron hasta Miseno. También en Herculano, el aire ardiente e irrespirable se colaba por los rincones y las rendijas de los edificios, y una lluvia de barro, agua, lava y cenizas cubrió sus casas, sus calles y sus vidas. Herculano quedó cubierta por una capa de barro y residuos volcánicos de más de 20 metros de altura, que al secarse preservó su conservación. El mar retrocedió 400 metros. Lo mismo en Estabia, Oplontis y el resto de los pueblos, aldeas y fincas. Estaban atrapados en el infierno. 

Servidora en Herculano
Solo en Pompeya se han encontrado más de 2.000 personas calcinadas y unas 300 en Herculano. Se desconoce cuántas víctimas pudo haber. 

Dejo este enlace con un vídeo magnífico sobre la reconstrucción del último día de Pompeya. (No puedo subirlo por las dimensiones, pero es espectacular, no os lo perdáis. Con sonido)

Resurrección de unas ruinas.

Durante más de 1700 años, estas ciudades estuvieron enterradas y olvidadas. 

En el año 1709, un granjero encontró mármoles y columnas excavando un pozo en sus terrenos. Esto llegó a oídos de Emmanuel Maurice, Duque de Elbeuf, que le compró la propiedad para utilizar los valiosos materiales para la construcción de su mansión en una localidad cercana y en 1719 se descubren formalmente restos de Herculano, sepultados bajo una ancha y dura capa de lava. 

Pompeya con el Vesubio al fondo.

Este descubrimiento llegó a oídos del rey de Nápoles, Carlos VII (futuro Carlos III de España) que era un apasionado del arte, la arquitectura y las colecciones y le compró los terrenos al Duque de Elbeuf. Para las labores de excavación arqueológica, fue llamado el ingeniero militar aragonés Roque Joaquín de Alcubierre, que en 1738 descubrió las ruinas de Herculano y, diez años más tarde, en 1748, las de Pompeya. El resto de su vida lo pasó entre esas piedras. 
Desde entonces, y aunque Herculano estuvo abandonada un importante lapso de tiempo por la dificultad y la dureza del terreno, los trabajos de sacar a la luz estas ciudades han sido continuos. Estabia, aunque con grandes daños, con el tiempo fue habitada de nuevo y hasta 1964 no empezaron las excavaciones de la también enterrada, Oplontis. 

En el origen de la destrucción.

Desde las ciudades de Pompeya y Herculano se divisa el Vesubio, a lo lejos, con la apariencia de monte protector más que de una amenaza que acecha constantemente. Así lo debieron los romanos que moraban en sus valles cuando, en el año 79, su protector, como un dios todo poderoso, decidió destruirlos. 
Borde del cráter


Antes y después del año 79, ha habido erupciones de este volcán vivo. Y de momento, las seguirá habiendo. A día de hoy se calcula que su área de influencia sería de unos 3.000.000 de personas y, aunque es un consuelo que con la tecnología de que se dispone en estos tiempos estén perfectamente controlados los movimientos sísmicos, químicos y volcánicos de la zona, esperemos que si el dios Vulcano se vuelve a enfadar, no lo haga jamás con esa pavorosa virulencia de antaño. 

Subida al Vesubio


En abril de 2017 hicimos un fantástico viaje por el sur de Italia, en el que, entre otras cosas, vimos y disfrutamos de estas ciudades fantasmas y de este monte castigador a los que el tiempo ha quitado el dramatismo del horror sufrido allí. Nos empapamos de historia y prendimos muchas cosas cosas. Subir al cráter del Vesubio no solo es una magnífica excursión, sino, y sobre todo, asomarse a un día histórico, a un día donde estas dos ciudades de la Campania italiana y otras aledañas fueron totalmente arrasadas, eliminadas del mapa, mucho antes de que la bomba atómica tomara ejemplo y destruyera Hiroshima y Nagasaki como claro ejemplo de lo bárbaro que puede ser el ser humano y para vergüenza eterna de la Humanidad. 

Entre el pequeño grupo que emprendimos la ascensión, se encontraba mi madre, entonces con 82 años. Para ella, el corto tramo que hay desde donde nos dejó el coche lanzadera hasta la boca del volcán (aproximadamente un kilómetro con una buena pendiente) se le hizo muy penoso y tuvimos que ir bastante despacio, pero le valió la pena. La satisfacción, la alegría y la emoción de estar allí arriba le compensó con creces el sacrificio. A ella y a todos nosotros. 


Mi madre y yo en el cráter del Vesubio.

Comentarios

  1. Doy fe de la heroicidad de Pili, madre de mi amiga Marta, que con sus 82 años de entonces, fue capaz de llegar hasta el mismo borde del gran cráter del Vesubio! Fue una estupenda excursión y desde la cúspide del Monte Vesubio, a pesar de la bruma que había aquel día, se podían admirar los restos de lo que fue Pompeya a vista de pájaro y la espléndida bahía de Nápoles al fondo!

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  2. Genial el escrito y magníficos recuerdos de la visita.

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