Apolo XI: Una epopeya espacial.
Era la madrugada del 21 de julio de 1969. Mi hermano tenía 9 años y yo estaba a punto de cumplir los 11. Mi padre nos sacó de la cama en el momento de sueño más profundo y pesado. Debían ser las 3 y estuvimos a puntito de protestar (bueno, quizás lo hicimos) para poder seguir disfrutando del abrazo de Morfeo, pero no nos dejaron. No recuerdo si a mi hermana Pitu, que aún no había soplado las velas de los 5, la levantaron también o la dejaron dormir por ser aún muy pequeña y se iba a enterar de poco. Íbamos a ver en directo un acontecimiento histórico, una hazaña que cambiaría el futuro, algo que iba a ser un privilegio en nuestro tiempo y en nuestra vida: El primer ser humano iba a pisar la Luna.
Mi padre, hombre de ciencias, nos contaba cosas sobre la naturaleza y sus fenómenos, sobre los grandes descubrimientos técnicos y sobre el espacio. Así, a esa altura de nuestra vida, ya sabíamos que el Sputnik 1 fue el primer satélite que se puso en órbita, y era ruso (Oct. 1957). Que la perrita Laika fue el primer ser vivo que salió al espacio (y murió en él) a bordo del Sputnik 2, y era rusa (Nov. 1957). Y que Yuri Gagarin (post en este blog) fue el primer hombre que viajó al espacio exterior y también era ruso (Abr. 1961). Estaba claro que los rusos ganaban por goleada la carrera de la conquista espacial en plena guerra fría. El reto ahora era llegar a la Luna.
La televisión que teníamos en casa entonces, era un armatoste importante, marca Philips creo recordar, con su correspondiente transformador y colocada en un lugar privilegiado del comedor en su "mesita de la tele". Enfrente el sofá, aunque los niños solíamos verla, más cerca, sentados en el suelo. Aunque era a blanco y negro como todas las teles, a nosotros nos parecía que se veía estupendamente. Aún no habíamos ido mucho al cine y no teníamos dónde comparar.
Por supuesto, seguimos los acontecimientos de esos días con mucho interés, fundamentalmente porque mi padre, que estaba muy emocionado con el asunto, nos insistía y animaba a hacerlo.
El Apolo XI despegó de Cabo Kennedy -llamado Cabo Cañaveral a partir de 1973- (Florida) la mañana del 16 de julio. A bordo iban los astronautas Neil A. Armstrong, el comandante, Edwin E. Aldrin, piloto del módulo lunar, alias Buzz, y Michael Collins, piloto del módulo de mando. Todo el mundo vio despegar el cohete -Saturno V- que impulsaba al módulo hasta sacarlo del campo gravitatorio, despegarse de él y dejarlo dando vueltas a la Tierra. El módulo tenía dos partes: el módulo de mando, que se denominó Columbia y el módulo lunar, el que aterrizaría en el satélite, el Eagle. Todo el planeta seguía, emocionado, las noticias que se iban dando desde el centro de control de Houston. Después de dar algo más de dos vueltas a la Tierra, el módulo puso rumbo a la Luna, a 384.000 km de distancia.
Me acuerdo ver a mi padre señalando el cielo estrellado y diciendo “por ahí están” y mi sensación de que “ahí estaban” en la soledad más absoluta.
Una vez atrapados por la gravedad del satélite, los tripulantes y el control de tierra ultimaron los detalles para una operación perfecta mientras orbitaban a su alrededor. Habían dado trece vueltas cuando el Eagle, con Armstrong y Aldrin a bordo, se separó del módulo de mando y se dirigió silenciosamente al lugar de alunizaje, en la cara oculta de la Luna.
Esa noche mis padres habían invitado a cenar y compartir el gran acontecimiento a unos amigos: Aroldo y Kassué. Aroldo era un pintor suizo, alto como un jugador de baloncesto y muy delgado y enjuto. Su capa negra, su sombrero de fieltro, un pipa y su galga le conferían una imagen exótica y pintoresca, como si fuera un personaje salido de un libro de Conan Doyle o Julio Verne. Su pareja de entonces, Kassué, era también una gran pintora japonesa. Aroldo no solo era pintor. Fue, junto con Félix Rodríguez de la Fuente, los primeros ecologistas que entraron en mi infancia y en mi vida. En la casa de Aroldo había hormigas. Muchas hormigas. Mis padres le decían que pusiera algún veneno para frenar esa invasión, pero él alegaba que los pobres insectos también tenían derecho de vivir y campar por sus respetos por donde considerasen menester. Un día, sin embargo, les confesó bastante compungido que no había tenido más remedio que tomar alguna medida drástica porque sus invitadas estaban abusando de su hospitalidad. Unos polvillos estratégicamente situados habían puesto a las hormigas en su sitio. Con el tiempo Aroldo abandonó la pintura. En el barrio de la Chanca, Almería, y luego en Berja, un pueblo de la Alpujarra almeriense, pasó a ser el Aroldo ecologista.
La retransmisión de la odisea se efectuaba desde el Observatorio de Parkes (Australia). La tele en blanco y negro y la señal, deficiente algunas veces, no le restaron emoción, suspense ni nervios al asunto.
El Eagle se posó suavemente sobre la superficie lunar, en el Mar de la Tranquilidad, a las 20:17 (hora internacional UTC, una más en España). Se llamaba así por ser una zona llana, carente de montañas, sin obstáculos ni relieve donde la nave pudiera tener problemas en el impacto, y estaba localizada en el sitio idóneo para las maniobras de aterrizaje y posterior despegue. Era, es, un cráter gigante originado, seguramente, por el impacto de un gran meteorito hace millones de años. "Houston... aquí base Tranquilidad. El Eagle ha alunizado" dijo el comandante. ¡Ya estábamos allí!
Después de cenar y del alunizaje, a los niños nos mandaron a la cama prometiéndonos llamarnos cuando los astronautas salieran del módulo y los mayores se quedaron tomando unos vinos o cubatas o algo así. Y cumplieron su palabra, nos sacaron de la cama cerca de las tres.
Seis horas y media después de aterrizar, los astronautas están listos para salir del módulo. Armstrong, primero en bajar por la escalerilla, activa la cámara que emitirá imágenes a todo el mundo. Y todo el mundo está pendiente de él. Por fin, a las 2:56 UTC, por primera vez, el ser humano pisa la Luna, nuestro satélite tan cercano y tal lejano que nos acompaña desde el principio de la Creación, desde siempre. "Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad”, fue la frase del comandante Neil Armstrong pronunció al poner el primer pie en la superficie y que quedará para siempre en nuestro ADN y en los anales de la Historia. Después bajó Aldrin. Las siguientes frases pronunciadas en la Luna fueron: Aldrin: “Hermoso…Hermoso…”. Armstrong: “La vista de una magnífica desolación”. Aldrin: “Magnífica definición”. Lo vieron en directo más de 600 millones de personas.
Durante algo más de dos horas recogieron muestras, pusieron una placa y la bandera de los Estados Unidos, aparatos de investigación y un disco con mensajes de paz de todas las naciones del mundo e incluso tuvieron una breve conversación con su presidente, Richard Nixon. A las 5:11 UTC se cierra la escotilla del Eagle dando por finalizada la misión y algunas horas después, despegan en dirección al Columbia. Las maniobras de acoplamiento de los módulos y el transbordo de los astronautas de una a otra resultaron perfectas. A las 6:35 UTC del 22 de julio, después de ajustar los sistemas y deshacerse del Eagle, que queda flotando en la órbita de la Luna,, el Columbia, después de dar un total de 30 vueltas a la Luna, enciende los motores de regreso a casa.
La cápsula entra en la atmósfera a unos 40.000 km/h llegando a alcanzar temperaturas de 3.000ºC por el rozamiento, el cual hace también que se disminuya considerablemente la velocidad de reentrada. Por unos minutos Houston pierde la comunicación con la nave y todos dejamos de respirar. A esa velocidad y a esa temperatura podía pasar cualquier cosa… Se recupera la señal. Se abren los paracaídas de la nave por tandas a unos ocho km de altura y por fin, el 24 de julio a las 18:50 UTC, amerizan en el Pacífico, a unos 1.500 km al sudoeste de las islas Hawai, donde son recogidos por el portaaviones USS Hornet.
La gran aventura del Apolo XI llega a su fin. Ha sido un rotundo éxito. Ahora quedan las fiestas, los reconocimientos, los galardones y un importante cambio en los niños: Casi todos queríamos ser astronautas y muchos de nuestros juegos y nuestras pelis favoritas trataban sobre viajes espaciales, descubrimientos de planetas y "marcianos" de cualquier lugar del universo. Mi hermano y yo explotamos mucho ese campo y teníamos nuestra particular nave espacial en un rincón de una gravera abandonada donde los instrumentos de abordo eran piedras con distintas formas y dibujos. Echamos allí muy buenos ratos...
Solo doce personas han pisado la Luna: Neil Armstrong, Edwin Aldrin, Charles Conrad, Alan Bean, Alan B. Shepard, Edgar Mitchell, James Irwin, David Scott, Charles Duke, John Young, Harrison Schmitt y, el último, Eugene Cernan en diciembre de 1972. Después, por el coste de las misiones y/o por el desvío del interés hacia otros proyectos, se abandonó la exploración en este campo.
El viaje del Apolo XI fue una gran aventura al estilo de Julio Verne o Leonardo Da Vinci. Me hubiera encantado que lo pudieran podido ver por un agujerito desde el más allá. Ellos hacían magia con la ciencia, con la técnica, con la imaginación y con el futuro. Y, a 50 años vista, puede considerarse que fue un viaje mágico si tenemos en cuenta que los ordenadores que se utilizaron entonces tenían unos circuitos más básicos que los de los electrodomésticos que utilizamos ahora y una potencia muchísimo menor que cualquier teléfono móvil que todos llevamos en el bolsillo.
No todos los viajes a la Luna fueron un éxito por haber logrado pisar su superficie. El 11 de abril de 1970 despegaba el Apolo XIII con los astronautas James A. Lovell, Jack Swigert y Fred Haise a bordo. En este caso, el éxito consistió en traerlos sanos y salvos a casa con todos los sistemas estropeados, unos recursos rudimentarios y a la deriva en el espacio. El mundo se volcó de nuevo, pegado al televisor, en el seguimiento del rescate de estos tres hombres desde el momento en que Houston recibió el mensaje: “Bien, Houston, hemos tenido un problema aquí”, frase modificada y popularizada por: “Houston, tenemos un problema”.
Siempre que veo la película de 1995 Apolo XIII, protagonizada por Tom Hanks, Kevin Bacon, Bill Paxton, Gary Sinise y Ed Harris, me sigo emocionando y se me pone el vello de punta. Es de mis pelis favoritas.
Un millón de gracias a mis padres por el recuerdo de aquella noche de julio de 1969.
Fotos: Wikimedia Commons.
Vídeos: You Tube.
Bonito homenaje del acontecimiento e ilustrativo relato.
ResponderEliminarMarta, lo vivimos intensamente en casa. Yo con 5 años me acuerdo también. Te acordarás de las camisetas azules con los astronautas que nos compraron a los tres y que tuviste que darle la tuya a Manuel, jajajaja
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